Después de tres semanas agotadoras de eventos, charlas y exposiciones varias en el marco del Madrid Design Festival, hoy además vamos a comer diseño. Puede que usted, lector, piense que deberíamos trabajar un poco más esta metáfora, pero, en realidad, estamos siendo extremadamente literales: nos han citado en el Hotel Only You Atocha para degustar un menú compuesto por once piezas clave del siglo XX y postres del XXI. ¿Cómo es esto posible? No sufran, todo es comestible. Algo que tantas veces hemos visto en formato exposición o libro va a ser un almuerzo gracias a Estudio Plutarco y Javi Mora, chef del hotel en el que nos encontramos.
¡Empezamos! Las dos primeras décadas se vuelven aperitivo. Recibimos a los fabulosos años 20 con un entrante que evoca la silla Rietveld mediante un juego de cromatismo y textura. Su firmeza característica se encuentra en la lámina de pan de cristal y el crujiente de queso; el tono rojo, en un delicado trozo de jamón ibérico con tomate. Charlotte Perriand es la representante de los difíciles 30s, pero su silla LC7 viene cargada de alegría en forma de un inesperado vermú blanco que hace que fluya la conversación. Los jarrones Savoy de Alvar Aalto traen la apariencia orgánica con un tomate asado y escabeche de algas. Delicioso, frío y discreto. Me pregunto a qué sabrían los tomates en Finlandia en los años 40. Cuesta creer que Alvar ideara estos jarrones comiendo solo carne de reno.
Entre plato y plato, pienso en el potencial de la comida como vehículo narrativo. Cada ingrediente y cada propuesta es susceptible de añadir capas de información a través de su origen y sus connotaciones culturales más allá del punto, el sabor, la temperatura o el color, por lo que las posibles interpretaciones y lecturas de estas obras son infinitas.
Casi sin querer ya estamos en los 50s, y una de las ultraimitadas sillas de los Eames aterriza en mi mesa disfrazada de tortilla de camarones. Cierro los ojos para evitar pensar en Cádiz e imagino unos segundos que mastico fibra de vidrio azul en California; la textura no da la clave del material en este caso. Un huevo con espuma de patata y trufa se convierte en la lámpara Cesta de Miguel Milá: una analogía entre delicadeza, equilibrio y sabor que resume los 60s. ¿Puede ser racionalista una merluza a la parrilla? Pues sí, porque su sencillez contiene la filosofía de Dieter Rams, “menos, pero mejor”. Los 80s me intrigan, encuentro la estantería Carlton de Ettore Sottsass en el menú —a estos chicos no se les pone nada por delante— y aparece un colorido arroz, algo menos provocador que el espíritu del movimiento Memphis, pero muy rico. Los platos principales nos han hablado de componentes, proporciones y belleza llevándonos de la funcionalidad al espectáculo y del rigor a la irreverencia. Si cada diseño representa a la sociedad de su tiempo, estas cuatro recetas me hacen pensar en la curiosa “evolución” de Occidente.
Ingo Maurer y Zaha Hadid nos ofrecen los postres. El primero con una tartaleta homenaje a su luminaria Zettels, mientras que la señorita Hadid ve transformado su sinuoso sofá Moraine en distintos tipos de chocolate negro. El siglo XX ha terminado, pero lo poco que llevamos del XXI es demasiado tentador para dejarlo fuera del menú, así que el terrazo de Max Lamb y los Candy Cubes de Sabine Marcelis acompañan la sobremesa, solo que esta vez la esencia del color y el material son un pisco sour y pequeños cubos dulces, tan bonitos que da un poco de pena comérselos.
Hemos almorzado bien y lo agradecemos; pero, por encima de todo, Estudio Plutarco nos ha contado una historia utilizando la comida como medio. Este tipo de propuestas plantean nuevas aproximaciones a la gastronomía y abren camino para una disciplina en alza como es el food design. ¿Qué nos aporta esto? Por un lado, nos enseña a mirar con otros ojos lo que hasta ahora ha sido puro sustento. Y por otro, abre un mar de posibilidades ante lo cotidiano. Al fin y al cabo ¿no es esa una de las funciones del arte y del buen diseño?
