A estas alturas, es más que probable que se haya cruzado con las creaciones de la ucraniana Dinara Kasko en internet. También es más que posible que, en un vistazo rápido, no haya reparado en que esta chica hace pasteles y no arte moderno. ¿De dónde sale, pues, esta confitería escultórica? Kasko estudió diseño y arquitectura en Kiev, y durante unos años se dedicó al interiorismo. Empezó a hacer repostería en casa porque le gusta lo dulce y, como ella misma cuenta, un día tuvo una revelación y cayó prendada. Podría haberse quedado en arquitecta golosa, pero Dinara Kasko siguió haciendo tartas. Las imágenes de sus productos —que hoy inundan las redes— son el resultado de este feliz encuentro entre pasión y vocación.
Como suele ocurrir muchas veces, su creatividad surgió de las propias limitaciones que ofrecían los moldes tradicionales. Dinara decidió tirar de oficio y, ni corta ni perezosa, se dispuso a elaborar sus propios modelos con impresoras 3D. El desenlace de esta incorporación extraña al menaje de cocina son postres con formas orgánicas inspiradas en la naturaleza, en el mundo mineral, en las figuras de origami o en el arte contemporáneo.
Desde su peculiar punto de vista, innovación y ciencia no tienen por qué estar reñidas con tradición culinaria. Lo creamos o no, repostería y avances tecnológicos han ido de la mano desde los tiempos del rey francés Luis XIV. En aquella época el azúcar era un bien escaso que se importaba de las colonias de ultramar, por lo que la fruta era el ingrediente principal de cualquier postre; y, para demostrar su poderío, este monarca comenzó a cultivarla fuera de temporada utilizando campanas de cristal, es decir, inventando la tecnología de invernadero. Por otra parte, desde la Edad Media las frutas se exponían en cuidadas composiciones piramidales que ya sugerían cierta intención escultórica. Nada nuevo bajo el sol, pero ahora los límites están mucho más lejos que entonces.
Lo más interesante del trabajo de Dinara es que no estamos ante una arquitecta arrepentida, pero tampoco ante una repostera al 100%. En realidad, Kasko ha cambiado de escala y de material. Por supuesto, se ha encargado de dominar a la perfección su nuevo medio, lo que no le ha debido de resultar difícil: como sabe cualquiera que haya intentado que le suba un bizcocho, la pastelería es una disciplina de ciencias. La forma de enfocar su labor es más propia de un estudio de diseño que de una cocina, e incluye colaboraciones sorprendentes. Creó sus hipnóticas Geometrical Kinetics Tarts junto al artista venezolano José Margulis. Y con Jordi Bordas inventó Ferro, una tarta semilíquida que, además, es completamente vegana y gluten free, ajustándose a las más recientes demandas de la tontuna occidental.
La convergencia de gastronomía y arte no es algo aislado. En el extremo opuesto de la pintura contemporánea se sitúa Will Cotton, cuyos cuadros y esculturas parecen auténticos pasteles barrocos que nos hacen salivar, pero que, al contrario que los de Dinara, no son comestibles. Estos cruces entre disciplinas pueden parecer confusos, pero llevan la cultura culinaria y sus conceptos asociados a otros ámbitos. En el caso de Cotton, su mundo dulce alude al valor simbólico vinculado con el lujo: un hedonismo muy cerca de la decadencia. Mientras que el juego de Dinara consiste en elevar el azúcar, hasta ahora poco utilizada con fines artísticos y estéticos.
En sus cuidadísimos vídeos de YouTube la vemos cortando láminas de chocolate con una broca, glaseando con mousse y almíbar sus tartas de cerezas; y, por supuesto, hablando de logaritmos y diseñando en AutoCAD, ArchiCAD o Grasshopper… Como buena millennial —Dinara Kasko acaba de cumplir 31 años—, es muy consciente de que hoy en día la vida pasa en internet; y de que una imagen vale más que mil pasteles.
En el fondo, Dinara Kasko nos da un poco de envidia. Si ella quisiera, podría convertirse en una versión moderna —y mucho más estilosa— de la bruja de Hansel y Gretel, y vivir tranquila en el bosque, dentro de una casa de rabioso diseño y azúcar. Si yo fuera ella, pondría una valla electrificada para asegurarme de que ningún niño perdido se comiera un muro de carga. Nuestra jubilación soñada.