Catorce instalaciones artísticas ocupan el espacio de un antiguo oasis en el desierto de Al Ula en la última edición de Desert X, un proyecto que lleva desde 2017 activando localizaciones de este tipo con intervenciones “site specific”. En esta ocasión un enclave histórico, lugar de paso de rutas comerciales y religiosas situado al noroeste de Arabia Saudí, servirá de marco para el diálogo entre artistas locales y extranjeros fuera de los contenedores institucionales tradicionales.
La muestra plantea un recorrido por las distintas obras que, diseminadas por el relieve del terreno se agarran al lugar para leerlo, desde distintos tiempos y culturas, y volcar sobre él nuevos significantes. Las formas del desierto (la roca, la tierra, la montaña, el agua y su ausencia) y la idea de este (la historia, la ruta, el oasis imaginario) son el punto de partida para todas ellas.
El poder simbólico de la pirámide que Rashed AlShashai recoge y actualiza con el uso del color y los materiales es un buen ejemplo de ello. Como la idea del espejismo con la que trabaja Manal AlDowayan en sus camas elásticas circulares, que recuerdan a charcos de agua e incorporan el componente lúdico al que unos metros más allá recurre Superflex con un columpio colosal y Muhannad Shono en El camino perdido de cables negros que invita a recorrer.
Mientras Nadim Karam extrae de las rocas un desfile de grietas para reordenarlas como esculturas, otras instalaciones apuestan por las relaciones formales con el entorno basadas en el uso del color. Lita Albuquerque, cuya trayectoria ya se encontraba ligada al desierto, trabaja desde el azul con los orígenes y la ciencia de la astronomía y Mohamed Ahmed Ibrahim dispersa 320 esculturas que aluden a piedras de colores. En el extremo opuesto en lo que a usos cromáticos se refiere, eL Seed camufla una escultura cuyo entramado de lineas hace referencia a los ya impracticables caminos de Al Ula.
Algunas de estas piezas mutan al caer el sol y añaden luz artificial al desierto, como cuando Wael Shawky proyecta una pieza de videoarte sobre memoria y nomadismo y usa como soporte una montaña. En otras la luz del sol es fundamental para dar vida a los materiales reflectantes que las integran. El metal es elegido para representar un juego de espejos con la planicie árida, exaltar la rareza de la aparición de un monolito futurista o dar lugar a la ilusión del agua. Todo eso ocurre en las obras de Zahra AlGhamdi, Gisela Colon y Nasser AlSalem.
La escala y el uso de la perspectiva, que condicionan extraordinariamente el Kholkhal Aliaa de Sherin Guirguis y los cuarenta anillos que marcan los 40 km. del oleoducto transárabe al que se refiere Rayyne Tabet, son definitivamante los atributos que hacen singular este museo efímero. Como ya sucediera con las primeras manifestaciones de Land Art de los años 60 y 70, es el pulso de las formas artificiales al paisaje y la vista de pájaro como ángulo desde el que tratar ecologismo, tecnología, cultura y espiritualidad lo que pone en valor Desert X, que vuelve, esta vez al valle de Coachella en California en febrero del próximo año.
