El estudio de arquitectura 3XN ha construido en Berlín lo que ellos mismos definen como el “edificio de oficinas más inteligente de Europa… en una escultura”. Este cubo de vidrio erigido en la Washingtonplatz, cuenta con diez niveles de oficinas cuya flexibilidad organizativa se basa en su propia configuración tectónica: un gran núcleo estructural central —donde se incluye todo el paquete de comunicaciones verticales y servicios— permite dejar desocupada toda la franja perimetral para su libre organización. Y la fachada transparente ha sido facetada con formas triangulares que se retiran en ciertos puntos para generar terrazas exteriores en cada nivel.
Su condición de gran cubo exento le otorga un carácter escultórico que trae a la memoria analogías como el osario de Rossi o el apabullante Palazzo della Civiltà de Roma —ordenado por Mussolini en los últimos años de su régimen—, que en la actualidad ha hecho suyo la firma de lujo Fendi.
Ese rasgo escultórico se ve reforzado por la multiplicación de caras sobre cada fachada, cuyos reflejos deconstruyen el entorno en un ejercicio de mimetismo extremo que, paradójicamente, en vez de camuflar el objeto, multiplica su presencia.
Con las obras prácticamente finalizadas, desde 3XN señalaban que para una urbe como Berlín es importante que un bloque de oficinas pueda parecer una obra de arte. Antes de que el edificio fuera inaugurado, el estudio destacaba: “Los peatones atraídos por el cubo disfrutan capturando sus reflejos sobre las fachadas de cristal”, como ejemplo de interacción entre objeto arquitectónico y ciudad.
Estas declaraciones —con el edificio incompleto— resultan especialmente paradigmáticas: parecen sugerir que la arquitectura alcanza su punto álgido en el momento en que es imagen, aun sin ser —todavía— función. En una nueva vieja normalidad en la que líderes mundiales gobiernan a golpe de tuit y la importancia de las personas se mide en followers, ¿es el cube berlin el Palazzo della Civiltà de la dictadura del like?
El mero planteamiento de esta pregunta ya implica un posicionamiento. Como también lo hace el no haber mencionado el control climático que ejerce su doble fachada tecnológica, que desmonta el mito de que las construcciones de vidrio no pueden ser sostenibles. O el sistema de inteligencia artificial central, que democratiza el uso del edificio al tiempo que optimiza sus sistemas de autorregulación aprendiendo de los comportamientos de sus usuarios.
Quizás, ese incesante “darle al like y subir variaciones de uno mismo a Instagram” que menciona el filósofo Byung Chul Han, nos haya cegado hasta el punto de no tener la paciencia para discernir si, tras la imagen, lo que se esconde es artificio o autenticidad.
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