No queremos excluir de la arquitectura todo lo que sea inquietante.
Nosotros queremos UNA arquitectura que tenga más.
UNA Arquitectura que sangre, que agote, que gire y que incluso se rompa.
Una arquitectura que ilumine, que incite, que explote y que llore.
La arquitectura tiene que ser como una garganta entre los montes, fogosa, lisa, dura, angulosa, brutal, redonda, tierna, colorida, obscena, soñadora,
Viva o muerta.
Si es fría, entonces, fría como un bloque de hielo. Si es caliente, entonces, tan caliente como una lengua de fuego. La arquitectura debe arder.Wolf D. Prix
Así de rotundos se manifestaban los dos arquitectos del estudio Coop Himmelb(l)au, Wolf D. Prix y Helmut Swiczinsky. Era el año ochenta. El punk había plantado sus semillas más allá de la música, y aunque ellos venían del rock (fans absolutos de Rolling Stones), también estaban enfadados con el mundo, especialmente con la arquitectura conservadora de la ciudad de Viena. Para dar forma a esa rabia decidieron escribir un manifiesto, La arquitectura debe arder, y desde luego la arquitectura ardió. De hecho, para leer el texto en la Universidad Técnica de Graz construyeron Las alas de las llamas: una estructura metálica repleta de gas líquido, de 15 metros de altura y tonelada y media de peso, colgada de una grúa y a la que prendieron fuego como imagen simbólica de su discurso iconoclasta. Pero el símbolo se les fue de las manos y se hizo carne, o mejor, se hizo llamarada, y la arquitectura ardió o casi. Según cuenta Robert Bevan, aunque las fachadas de la universidad estaban protegidas por cortinas de agua, los cristales de los edificios aledaños saltaron por los aires como si la propia explosión formara parte del espectáculo. Las palabras de Wolf D. Prix, que a veces se comporta como un poeta iluminado, hicieron real lo que era simplemente una metáfora. El sonido del fuego fue amplificado por una instalación sonora con el Simpathy for the devil de los Rolling. Esto ocurría el 9 de diciembre de 1980. Como ellos recuerdan en sus entrevistas, casualmente ese mismo día asesinaban a John Lennon. Pero vayamos al origen.
Viena 1968
Wolf D. Prix y Helmut Swiczinsky, austriaco y polaco respectivamente, fundaron a finales de los sesenta en Viena Coop Himmelblau (el paréntesis lo añadirían en el año 90). Desde un principio tuvieron claro que arquitectura y performance iban de la mano. En aquellos años donde el happening y living art formaban parte de la cultura más alternativa, Coop Himmelb(l)au no andaban muy lejos de todo ello. Como Archigram en el Reino Unido, Prix y Swiczinsky estaban obsesionados con las naves espaciales, con el viaje a la luna, con 2001: odisea en el espacio. Para Prix, “en la época del estallido del rock y del pop… no era interesante saber cómo se construía hace doscientos años, sino cómo se estaban construyendo los cascos espaciales”. Sus proyectos, técnicamente irrealizables, se hallaban más cerca de la instalación que de la propia arquitectura.
Hacia el deconstructivismo
Conforme se adentraban en los ochenta, irían endureciendo su trabajo. Atrás dejaban la utopía de la curva para aproximarse a lo que sería finalmente su estilo: líneas abruptas y cortantes. Según Prix, “un estilo en tensión como los riffs de guitarra de Keith Richards”. Algo que fueron concibiendo en diferentes instalaciones y en maquetas de edificios que nadie se atrevía a llevar a cabo. En los primeros años de la década experimentaron sobre el papel: el dibujo se convirtió en un elemento de búsqueda, casi como escritura automática a través de la que acceder a una arquitectura rebelde y contestataria: “Para nosotros dibujar es muy importante. La mano es como un sismógrafo”. En esta evolución fueron configurando lo que luego se llamaría deconstructivismo, una arquitectura rupturista en la que también estaban investigando, aunque desde diferentes territorios, Daniel Libeskind, Frank Gehry, Rem Koolhaas o posteriormente Zaha Hadid.
Intentar construir les supuso enfrentarse a la incomprensión de políticos y a la estrechez de las normativas urbanas, lo que disparó en ellos aún más una creatividad combativa. “Cuanto más duros los tiempos, más dura la arquitectura”, afirmaba D. Prix, teórico del grupo y verdadero creador de eslóganes. De hecho, tendrían que esperar a 1988 para ver concluido su primer gran proyecto: el ático en Falkestrasse. El bufete de abogados Schuppin Sporn necesitaba agrandar su oficina en Viena, y la única vía para hacerlo era a través de una ampliación en la cubierta. Pero no cualquier ampliación. Coop Himmelb(l)au concibieron una forma combada de vidrio y metal colgando de una construcción del siglo XIX, como si un inmenso insecto de cristal anidara en el tejado. Para ello se hizo una apertura en los techos y se diseñó una estructura afilada en la que aplicaron cortes longitudinales, escaleras abruptas, vectores precipitados, voladizos… Es decir, la negación de la geometría euclídea. Un espacio de 400 m2 abierto al cielo vienés con despachos y salas de reuniones que requirió un año de obra y que pondría al tándem Prix-Swiczinsky definitivamente en la bandeja de salida. Como sus admirados Rolling, habían conseguido la fama. A partir de ahora, realizar sus diseños ya no sería tan difícil.
La arquitectura como artefacto
“Creo que si queremos hacer una arquitectura de verdad tenemos que triplicar el riesgo”. Así resume Prix la filosofía del estudio en esa época. Avanzaban los años 90 y su discurso deconstructivista iba reforzándose con nuevos propuestas que básicamente buscaban fragmentar la arquitectura. Este nuevo paradigma tomó cuerpo en el Pabellón Este del Groninger Museum (Groningen, 1994): un edificio que, según el propio Wolf D. Prix, era una forma de fractalización del objeto y donde destacan los bloques superpuestos, las cornisas irregulares o los salientes inesperados. Prix y Swiczinsky empezaron a descubrir las posibilidades de la informática como herramienta de trabajo. De hecho, para construir el pabellón “introdujeron la maqueta en un ordenador mediante soportes digitales y se enviaron los datos vía módem a un astillero que construyó las placas de acero”. Las placas fueron transportadas en barco hasta el emplazamiento del museo. Si ahora se habla tanto de las casas prefabricadas, Coop Himmelb(l)au crearon en el año 94 el primer museo producido de modo industrial. Hacerlo de esta manera abarató los costes y permitió una edificación más rápida. Le Corbusier llevado a la práctica.
Cuatro años después volvían a sorprender al mundo con “un artefacto de impredecibilidad y caos controlado”: los cines UFA (Dresde, 1998). Una mole de hormigón y cristal cuya inclinación desasosegante acababa de golpe con siglos de simetría axial. Según Prix, el desequilibrio geométrico del edificio quería expresar la idea de la ciudad en desarrollo. El interior, donde se encuentra la zona de taquillas, se concibió como “un balcón urbano” recorrido por escaleras de hormigón de hasta dieciséis metros de altura que, además de llevar a las diferentes salas, funcionan como “esculturas talladas en el aire congelado”. Este área quedó abierta a la ciudad como una plaza pública, por supuesto con su propio bar.
En 2001 concluían en Viena el Gasómetro B, probablemente otro de sus grandes hitos. Construidos en el siglo XIX para satisfacer las necesidades energéticas de la ciudad, cuatro gigantescos depósitos de gas habían quedado inutilizados desde finales de los años ochenta. Con el fin de volver a darles vida, el ayuntamiento decidió convertirlos en viviendas, comercios y espacios de entretenimiento. Cada uno de ellos se entregó a un estudio, que llevó a cabo su propia intervención. Como en el ático en Falkestrasse, la propuesta de Coop Himmelb(l)au en el Gasómetro B supuso “imponer” al edificio histórico un inmenso escudo de vidrio y metal, donde se ubicaron gran parte de los apartamentos.
Cuando nada es lo suficientemente grande
Con la entrada en el nuevo mileno, los proyectos han ido siendo cada vez más épicos y grandiosos. Igual que sus venerados Rolling Stones, ya prácticamente solo tienen tiempo para las grandes giras, en su caso, para las grandes construcciones. En esta nueva etapa, Helmut Swiczinsky abandonó el estudio en 2001 y Wolf D. Prix ha tomado el timón para idear moles cortantes, casi cúbicas, como el Museo de las Confluencias de Lyon (2014), aunque el peso de lo orgánico empieza a tomar un protagonismo especial con edificios que recuperan de algún modo la suavidad curva de sus inicios nunca construidos; algo que vemos en el BMW Welt de Múnich (2007), en el International Conference Center de Dalian, en China (2012), o en el Cinema Center de Busan, en Corea del Norte (2012).
Después de más de cuarenta años, la tenacidad de Coop Himmelb(l)au ha conseguido que su estilo mutante se asiente y se haga mainstream; que su revolución deconstructivista sea aceptada por el gran público. Según Prix, “la arquitectura ha empezado a sustituir poco a poco a las artes plásticas en su papel de aguijón provocador en la carne de la sociedad”; una sentencia de la que el estudio siempre ha hecho bandera y que explica la línea vehemente de sus trabajos. Sea como sea, a estas alturas, sus nuevas propuestas más que conmocionar, sorprenden e incluso satisfacen, pero ya no tienen ese furor combativo. Su discurso arquitectónico ha sido asimilado y resulta políticamente correcto. Tal vez no se equivocaran quienes los definieron como los Rolling Stones de la arquitectura. Llegaron, noquearon y triunfaron. Se pelearon con el sistema, impusieron sus criterios y ahora el sistema se llama Coop Himmelb(l)au.
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