El proyecto más reciente de Andrés Jaque y su OFFPOLINN —El Colegio Reggio ubicado en El Encinar de los Reyes (Madrid)— no se conforma con proponer una relectura radical de los códigos habituales de la arquitectura escolar. Sino que plantea, además, toda una estrategia sostenible con una propuesta de bajo presupuesto, repleta de soluciones y decisiones de diseño tan eficaces como rigurosas.
Andrés Jaque pone la guinda radical en Encinar de los Reyes
Hay dos tipos de arquitecturas que suscitan la queja recurrente de los arquitectos por el denso enjambre de normativas disuasorias de cualquier innovación: la vivienda social y los edificios escolares. Alguno hay que ha venido a decir que las regulaciones tratan a los segundos casi como construcciones penitenciarias donde todo son riesgos de seguridad y exigencia de límites y barreras, como si el niño fuera un suicida potencial. En ese contexto, el Colegio Reggio de Andrés Jaque y su Office for Political Innovation es como arrojar, no ya una piedra, sino un meteorito en una gran balsa de aguas tranquilas: una violentísima sacudida que lo pone todo patas arriba. Nunca hasta ahora el discurso radical y refrescante de Jaque se había fajado con un reto de tanta exigencia, y sale airoso y convincente.
Es significativo que el proyecto ocupe un lugar destacado en la web del colegio —una institución privada que aplica la pedagogía de Loris Malaguzzi, un maestro que se hizo célebre en la ciudad de Reggio Emilia en la posguerra italiana—, donde se dice que “el espacio es vital en la formación del niño, entendiéndolo como el tercer educador”. De este modo, el programa educativo y el inmueble son dos territorios prácticamente indistinguibles, y esa es la clave. Jaque empieza por conjurar ese molesto bagaje de “homogeneización y estándares unificados” para —apoyándose en la pedagogía empírica de Malaguzzi— concebir “un multiverso donde la complejidad estratificada del entorno sea legible y experimentable. La arquitectura funciona como un ensamblaje de distintos climas, ecosistemas, tradiciones arquitectónicas y normativas”.
Colegio Reggio de Madrid: una mole vertical y compacta
El patrón expansivo habitual en las arquitecturas escolares —pabellones de una o dos alturas que ocupan la mayor parte del terreno— se desecha de partida para optar por un modelo compacto, de acumulación vertical. Las aulas de los alumnos más pequeños están en la planta baja. Los niveles superiores, de la primaria al bachillerato, se van apilando en los niveles superiores, que conviven con depósitos de agua reciclada y tierra asociados a un gran jardín interior con una cubierta acristalada de invernadero. Las clases se distribuyen en un esquema como de pequeña ciudad, casi sin corredores, donde, a medida que el alumno avanza en madurez, puede explorar por sí mismo un conjunto de jardines diseñados por ecologistas y edafólogos que establecen un ecosistema plagado de “comunidades de insectos, pájaros, mariposas y murciélagos”.
El segundo piso es un gran vacío abierto al paisaje a través de arcos de hormigón —casi 500 m2 de los 5496 totales y casi ocho metros de altura— que funciona como una suerte de plaza —“ágora cosmopolita”, en palabras de Andrés Jaque—, de área multiusos que acoge actividades diversas, donde docentes y alumnado se encuentran, gestionan la escuela e interactúan con el medio exterior y con la naturaleza. No hay especialización utilitaria de los espacios, que se presentan descarnados, sin falsos techos, suelos técnicos ni revestimientos de ningún tipo. Todas las instalaciones están a la vista, proporcionando al alumno la oportunidad de aprender de la edificación, de entender cómo su actividad y su vida cotidiana dependen de esos flujos de agua y energía en combinación con los ecosistemas naturales que habitan el lugar. Solo el color acentúa y acompaña los recorridos y los materiales.
Arquitectura sostenible para un futuro sostenible
La posición vertical no solo traduce la propuesta pedagógica, es también una estrategia para reducir la ocupación de territorio y minimizar el impacto ambiental “optimizando la necesidad global de cimientos y comprimiendo el índice de fachada”. Desde el estudio se hace hincapié en la opción por este tipo de soluciones sostenibles de bajo presupuesto, evitando con éxito los dispositivos de alta tecnología que apenas son asequibles en entornos corporativos o públicos de alto coste. La renuncia a envolturas y prótesis técnicas también es parte de esa táctica de ahorro de elementos: hasta un 48% como resultado de sustituir buena parte de la construcción por recursos simples de aislamiento térmico y distribución de sistemas mecánicos. Lo mismo ocurre con la estructura, que, bajo la dirección del ingeniero Iago González de Quelle, se ha redimensionado para mermar los muros de carga una media de más de 150 mm de grosor respecto a las convencionales de hormigón, lo que supone un 33% menos de energía incorporada.
Otro aspecto crucial es la fachada, donde el recubrimiento —especialmente desarrollado por el estudio para la propuesta— no es sino su aislamiento térmico: una gruesa capa con 14,2 cm de corcho denso proyectado de 9700 kg/m3 que duplica las exigencias de la normativa local y reduce a la mitad la demanda energética para calefacción. Al sacar al exterior lo que habitualmente queda oculto y resolverlo mediante un material natural como el corcho, Jaque convierte la piel del edificio en uno más de los ecosistemas vivos que lo conforman, un organismo ofrecido como “hábitat de numerosas formas de vida microbiológica, animal y vegetal” que irá cambiando su aspecto con el paso del tiempo y las estaciones.
Pocos proyectos recientes contienen esta densidad tan reveladora, más allá del estricto ámbito de la arquitectura escolar, justamente correspondida con una notable ola de curiosidad y atención mediática y crítica, incluyendo la distinción como Proyecto del Año 2022 de The Architect’s Newspaper. Andrés Jaque lo resume con precisión: “Una construcción desnuda donde la visibilidad sin editar de sus componentes operativos define su estética”. El acabado de corcho otorga a su presencia volumétrica y rotunda una suerte de suave ligereza texturizada, una cierta condición de personaje que hace muecas y guiños en su despliegue de óculos y huecos triangulares y rectangulares. Viene a la memoria aquella escalera comunitaria e imposible de la vivienda de Jacques Tati en Mon oncle, alternativa burlona y feliz a la fatua precisión de la Villa Arpel donde viven sus parientes. Arquitectura low tech cruda y bienhumorada que actúa como dispositivo sintonizador, como hoja de ruta abierta para la relación de sus usuarios con el medio.
En este enlace puedes leer más proyectos realizados por Andrés Jaque.
En El Encinar de los Reyes, Madrid.
Es un arquitecto, escritor, comisario y fundador de la Oficina de Innovación Política.