Incluso antes de la Revolución Industrial, el carbón venía a ser una suerte de piedra filosofal. Una roca cuya materialidad se volvía efectiva solo mediante su destrucción y su transformación en calor y energía. Como piedra angular de la industrialización generó todo un sistema cultural, un entramado de relaciones sociales y connotaciones emotivas: la épica minera, tan importante en sociedades como la británica, la enseña del movimiento obrero en todo el mundo. En la era posinduntrial, el carbón es el combustible sucio por antonomasia, el primero a descartar en la agenda hacia las energías limpias.
Jesper Eriksson, un diseñador y artista sueco establecido y formado en Londres, lleva un tiempo embarcado en un proyecto cuyo objetivo es crear “un relato alternativo y contemporáneo al contexto histórico y socioeconómico realmente existente”. Consiste sustancialmente en invertir los términos del proceso: restituir al mineral su condición y consistencia materiales, de modo que la mina deviene en cantera y el carbón pasa de consumible que libera dióxido de carbono a materia prima sólida, tangible, trabajable, que encapsula su potencial tóxico en lugar de difundirlo en el ambiente. Lo llama Coal: post-fuel, y se despliega de momento en dos entregas. En la primera, como representación sueca en la London Design Biennale de 2018, exhibió piezas prismáticas y cilíndricas y una especie de pavimentos hechos de gruesos componentes reticulares. En la segunda, en septiembre, en Mint Shop, una galería en South Kensington, presentó cinco muebles en los que grandes fragmentos de carbón casi en bruto se asocian a tableros de vidrio o a elementales estructuras metálicas.
Jesper Eriksson trabaja la antracita de gran pureza —procedente de una mina a cielo abierto en el sur de Gales— con sierras de hoja de diamante, pulidoras y tratamientos de sellado para rocas propios de la cantería, demorándose en su brillante negrura, su densidad y su textura como de mármol o basalto menos denso, pesado y duro. La gran cuestión abierta que queda por responder es esta: ¿para qué? El discurso es sugerente, qué duda cabe. La capacidad de las piezas de sostenerlo es otra cosa.