En los 70, Michael Heizer empezó a gestar un proyecto llamado City, que condicionaría el resto de su carrera. Un ejercicio desproporcionadamente ambicioso y monumental de land art que se ha materializado en el desierto de Nevada.
Land art para reflexionar sobre el mundo
En el camino, de Jack Kerouac, se narraba la historia de unos jóvenes que a principios de la década de los 50 recorrieron el continente americano con su coche. La velocidad de la vida había aumentado tanto que la influenciade los protagonistas se extendía por un vasto territorio en apenas unas semanas. La industria había expulsado al ser humano fuera de su propio ser. El cuerpo ya no era un factor limitante para el progreso.
Las ciudades—que también se contaminaron de este fenómeno— se desarrollaron al tamaño y la velocidad de las nuevas infraestructuras. En los 70, Michael Heizer empezó a gestar un proyecto llamado City, que condicionaría el resto de su carrera. Un ejercicio desproporcionadamente ambicioso y monumental apoyado por un land art incipiente, que buscaba nuevas maneras de expresión artística en la relación con el paisaje o la naturaleza.
La ciudad de Michael Heizer
Heizer planteaba la ordenación de una superficie extensísima en el desierto de Nevada sin ningún motivo aparente más allá del paisajístico: un jardín algo más grande que la Casa de Campo de Madrid. Eso sí, un jardín sin vegetación, hecho de hormigón y arena. El concepto se inspiraba en los montículos precolombinos o en las pirámides de Egipto, es decir, en las huellas que los dioses de esas culturas dejaban sobre el terreno. Unos dioses a escala de esas nuevas metrópolis que no paraban de crecer.
City puede causar miedo o admiración. La idea de crear una estructura inhabitada en formade urbe es atractiva y contradictoria a partes iguales —especialmente si señalamos que la esencia de una ciudad es ser—, pero empieza a producir vértigo si pensamos en cómo materializarla, qué presupuesto y qué logística deberíamos manejar para mover 2000 ha en medio del desierto. Sin embargo, si realizamos un acto de honestidad, tenemos que concluir que se trata de una propuesta que solo puede cobrar sentido si se llega hasta el final. Se queda corta para permanecer en el plano teórico y está concebida para deslumbrar con su dimensión. Aquí, la proporción juega un papel fundamental.
Arqueología de futuro en el desierto de Nevada
Heizer ha ido desarrollando su trabajo durante todos estos años y recientemente—finales del último verano— anunció que su obra estaba lista para recibir a los primeros visitantes. Las imágenes nos muestran un lugar meticulosamente diseñado, pero completamente vacío. Recuerda a las maquetas de bronce que Isamu Noguchi hacía de sus jardines, a los tramos de autopistas sin acabar que nos dejó la burbuja o a las rotondas que no llevan a ningún sitio.
Nos traslada inevitablemente a las instantáneas de aeropuertos y carreteras sin tráfico que vimos durante el confinamiento: una representación de todo el poder de la industria, pero en pleno estatismo. Aunque mucho más que eso, la ciudad de Heizer es arqueología del futuro, un espacio puro que huye del mundo digital y reconecta con el entorno físico. City simboliza ese vínculo elemental entre la historia del ser humano y la huella de todos los grandes dioses.
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