En el barrio Tetuán (Madrid), Casa Cometa se alzaba como una vivienda nacida del colapso, hasta que Bardo Arquitectura reescribió su destino para transformarla en un despliegue estructural y arquitectónico.
Del colapso a la reforma integral
Para que algo suceda, debe producirse un suceso fortuito que lo desencadene; una motivación o un pequeño detalle que ponga en marcha nuestras acciones, aun sin saber hacia dónde se dirigen. En el cine, Alfred Hitchcock popularizó este enfoque en sus filmes con el término McGuffin, que surgió a raíz de una broma interna con uno de sus guionistas, Angus MacPhail. Con este concepto en mente, cualquiera podría identificar cómo ciertos objetos prioritarios en el comienzo de una película —como el maletín negro en Pulp Fiction (1994)— acaban relegándose al olvido en la historia principal.

Y a pesar de que esta idea se haya asentado en el ámbito cinematográfico para explicar multitud de tramas ficcionales, también parece funcionar en disciplinas como la arquitectura, sobre todo para justificar, metafóricamente, el resultado de ciertas intervenciones. ¿Acaso no hay proyectos donde un elemento o un espacio sirven como catalizador para activar otras acciones más profundas y complejas? El McGuffin de Casa Cometa —la vivienda madrileña restaurada por Bardo Arquitectura— partía de un desplome estructural por una reforma previa en la que se habían eliminado soportes de apoyo. El desenlace previsible apostaba por la demolición, pero resulta que el estudio de Emiliano Domingo tenía reservado un pequeño giro de guion.


El vuelo metálico de Casa Cometa
Con una planta total de 63 m2 —48 m2 en el nivel inferior y 15 m2 en el altillo añadido a posteriori—, la propuesta se podría considerar un ejemplo de perseverancia, donde se ha logrado transformar un lugar de esperanza mínima en un ambiente completamente abierto. El gancho inicial para su desarrollo —una cubierta al borde del colapso— pasa a un segundo plano tras la labor de Bardo Arquitectura, dirigiéndose ahora la atención a un diseño de cercha tubular en acero, visualmente más cerca de la instalación artística que de la solución constructiva, aunque esto último es una de las grandes proezas.


Los anclajes de este armazón escultural se distribuyen en distintas zonas clave para no sobrecargar el sistema y resolver el problema primordial de derrumbe, a la par que transmite una sensación liviana: la del esqueleto de una cometa en pleno vuelo. Además, las virtudes de esta urdimbre metálica no terminan aquí, ya que su composición permite añadir una pequeña estancia multiusos que amplifica los metros habitables. Una especie de Abitacolo flotante que nos hace recordar a los aciertos de Bruno Munari.


Igualmente, estos atrevimientos se desglosan en la configuración de Casa Cometa, que rehúye la compartimentación tradicional, exhibiéndose diáfana e industrial con una estética totalmente New Memphis. Una corriente estilística presente en mobiliario multifunción —como la escalera: armario y pieza de transición visual—; en cromatismos — que se dividen en azules profundos y maderas oscuras para el nivel bajo y colores crema y pastel en el área de arriba—; y en materiales —pavés, vidrio, acero, espejos, etc.—, que diseminan los límites estableciendo un recorrido fluido y luminoso en todo el paisaje doméstico.


Bardo Arquitectura aprovecha Casa Cometa para darnos una lección arquitectónica —y narrativa—: a veces el detonante de un trabajo importa menos que la intervención que se desencadena como resultado. Pues quién iba a decir que la fisura en una cubierta podría convertirse en un McGuffin para contar otra historia mucho mayor e imprescindible.


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