Acostumbrados a domar el paisaje urbano, ¿qué ocurre cuándo el enclave donde se sitúa la arquitectura no es la metrópolis sino el propio bosque? ¿Cómo se interactúa con un terreno agreste para la construcción? El estudio Tetro Arquitectura ha resuelto una casa en altura para residir en una zona de la Selva Atlántica. La vida humana también puede ser posible entre las copas de los árboles.
Tetro Arquitectura y su manifiesto integrador
“Arquitectura y naturaleza deben converger, no darse la espalda”, sentenciaba Toyo Ito en una entrevista. Las palabras del arquitecto japonés propician una mirada integradora, que no deja espacio a la confrontación entre lo ya existente y lo recientemente creado. Pero este diálogo pacífico ha sido más violento de lo que se esperaba. En anteriores décadas, hemos sido testigos de cómo la fiebre por residir en parajes naturales —con cierto fetichismo por la virginidad del territorio— ha derivado en el levantamiento de complejos vacacionales de lujo que podríamos catalogar de terrorismo antiecologista.
No obstante, pese al controvertido Greenwashing que impera en la construcción y a las negligencias medioambientales cometidas, todavía existe un reducto de profesionales que, en vez de someter el medio a la arquitectura, confía en que el camino más amigable es el de respetar el entorno y hallar otras maneras más pacíficas de ocuparlo. Esta ha sido la mirada que Tetro Arquitectura ha tomado ante el proyecto de Casa Açucena, una visión que, de hecho, parece extenderse por gran parte de su porfolio.
El equipo brasileño —compuesto por Carlos Maia, Débora Mendes e Igor Macedo— ha afrontado el reto de esta edificación en un terreno con una fuerte pendiente, y para resolverlo han llevado a cabo un ejercicio que no conquista o destruye con sus cimientos, sino que aumenta las virtudes de la naturaleza colindante. ¿De qué manera? Prestando atención a las necesidades del lugar selvático y convirtiendo las alturas en la solución más eficaz para habitarlo.
Una casa en las alturas, un santuario entre los árboles
Arbustos, pájaros, animales salvajes y un frondoso follaje completan la topografía abrupta de la región de Nova Lima, enclave donde se sitúa Casa Açucena. La respuesta de Tetro Arquitectura ante la gran inclinación del suelo ha sido la de elevar la vivienda 15 metros sobre el nivel de este, empleando una serie de pilares negros enterrados en la tierra. El volumen blanco resultante drapea por los huecos de los árboles y se abre paso sin alterar la fauna y flora originaria.
Esta percepción integradora —como Frank Lloyd plasmó en la Casa de la Cascada— se ve reforzada por los generosos ventanales de vidrio que trazan la fachada, difuminando los límites entre exterior e interior y conectando la panorámica con el cielo y el vaivén de las hojas y el ramaje.
El contorno puntiagudo se traduce en un laberinto finito dentro de la casa, donde el hormigón y la madera mantienen un pulso matérico para establecer la calidez hogareña. La disposición en bloques traza un recorrido libre, abierto, de techos altos y lleno de vistas; convirtiendo la luz natural en la gran protagonista de las estancias. Sin obstrucciones, Casa Açucena se mimetiza llenando los vacíos que dejan los troncos arbóreos, al mismo tiempo que impone su volumetría con sus aberturas y pliegues en la losa de la cubierta.
Tetro Arquitectura ha elaborado un ejercicio que pone en tela de juicio las edificaciones lujosas invasivas, aquellas que presumen de ser retiros en la naturaleza cuando al erigirlos arrasaron con toda la vida que encontraron a su paso. En esta ocasión, Casa Açucena rehúye los conflictos y se muestra tal y como es: un refugio que intenta integrarse en el ecosistema para permitirnos sentir el pulso silvestre de los árboles.
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Es un estudio de arquitectura con sede en Belo Horizonte (Brasil) que trabaja a nivel mundial y que está formado por los arquitectos Carlos Maia, Débora Mendes e Igor Macedo.
En la región de Nova Lima, Minas Gerais, (Brazil)