Podría decirse que Boolean Birdhouse surge de una limpia ingenuidad: la del afecto infantil hacia los animales. De él sólo puede surgir la idea de observar un entorno, un paisaje, y comprender que la mejor manera de formar parte de él y sentir su belleza es creando una casa que puedan compartir aves y personas.
Ésa fue la decisión que Phoebe Sayswow -el estudio fundado en 2014 por Phoebe Wen y Shih Hwa Hung– tomaron en el momento en que recibieron el encargo de diseñar un pabellón para un festival floral que se celebraba en un remoto lugar de montaña en la zona de Taipei.
Su planteamiento de base fue la imagen de las casas para pájaros hechas por la mano humana: un concepto que emparentaron también con la imagen simbólica del hogar familiar como un refugio con toda la carga emocional que eso conlleva.
Encontraron la traducción de todo esto en la idea de cinco viviendas individuales apiladas, despejando del interior las áreas que habrían quedado superpuestas. Las diferentes casas que conforman el volumen están realizadas con piezas de taiwania, una madera característica de la zona este de Asia. Están dispuestas según diferentes patrones, incluyendo además partes tomadas de la corteza del árbol, a fin de subrayar el aspecto natural de la construcción, a la manera en que un nido también se fusiona con los materiales y colores de su entorno.
Las áreas interiores está semidesconectado, a fin de invitar a los visitantes a interactuar tanto con el interior como con el exterior para poder desarrollar de forma total la experiencia que el proyecto les brinda. Dentro se crea un territorio booleano que, mediante sus complejas geometrías y estructuras de madera, sugiere unas singulares vivencias espaciales: una sucesión de espacios que visualmente evocan el Merzbau del artista dadaísta Kurt Schwitters y que están fundamentalmente destinados a servir como zona de exposición y de refugio donde disfrutar de un rato para meditar.
Boolean Birdhouse habla de lo humano pero también de la belleza creada por la naturaleza. Hablamos de un lugar donde la vinculación con los pájaros nos lleva al disfrute de otro estado emocional. «A mí no hay nada que me resulte más grato que olvidar las cosas de nuestra vida para ponerme frente a otra vida más ligera, más maravillosa y alada que la nuestra», escribía el poeta Josep María de Segarra en las líneas finales de su librito Els ocells amics («Los pájaros amigos») en 1947.