Bodega Pacherhof de Bergmeisterwolf Architekten

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Bodega Pacherhof. Bergmeisterwolf Architekten

La abadía de Novacella (Neustift), en las proximidades de la ciudad episcopal de Bresanona (Brixen), en Bolzano, es uno de los más antiguos centros de producción de los vinos del Trentino-Alto Adigio: esa región italiana germanófona y fronteriza con Austria donde los lugares doblan su nombre. Las ocho hectáreas de viñedos de la Bodega Pacherhof rivalizan en antigüedad con los predios monacales, pues la familia de Andrea Huber se ocupa de ellos desde mediados del siglo XII. En estas colinas del valle del Isarco (Eisack) que avizoran la localidad, se cultivan las uvas sylvaner y gewürztraminer que otorgan ese inconfundible deje mineral y afrutado a sus vinos.

Bergmeisterwolf Architekten
Bodega Pacherhof

Este es el contexto al que responde la intervención del estudio local Bergmeisterwolf Architekten (Gerd Bergmeister y Michaela Wolf) en la bodega medieval de la finca: un delicado hilván de continuidad que opera tanto en el tiempo como en la naturaleza. En el primero, mediante hitos de interiorismo que vinculan y contrastan a la vez los espacios subterráneos de la vieja cava y su ampliación. En la segunda, acompasando a la suave topografía del viñedo un volumen troncopiramidal con piel de bronce que aflora al exterior la ampliación, como si fuera una protrusión rocosa en diálogo con los picos grises del horizonte.

Bodega Pacherhof. Bergmeisterwolf Architekten

Bajo tierra, la vieja bodega acepta respetuosos acentos añadidos en forma de tarimas y mobiliario adosado de madera, en consonancia con las barricas de roble y los densos revocos a la tirolesa de los muros. Una escalera tendida a través de un túnel de acero la conecta con la nueva: blanca, diáfana y colonizada por las cubas metálicas y el aire industrial de los modernos artilugios vinícolas.

Bergmeisterwolf Architekten
Bodega Pacherhof

El volumen externo sobre la bodega nueva alberga una sala de catas y una oficina silenciosamente volcadas al entorno. Los huecos, sin molduras ni marcos, se cierran con vidrios de tintado broncíneo para no romper su apariencia monolítica, y el acceso se gradúa a través de una rampa que se bifurca hacia el aparcamiento y entrega su recorrido en una abertura de hormigón que lleva hasta el subsuelo, junto al hueco por el que se descargan las uvas para su proceso. Una sabia lección de cómo se construye un paisaje por encima y por debajo de la tierra, ligando lo viejo y lo nuevo, los distintos planos de natura y cultura.

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