París, otoño de 2025. En pleno Centquatre-Paris, un ejército de algoritmos, plantas eléctricas, fantasmas cuánticos y poetas digitales se confabula para hackear el presente. Hasta el 26 de enero, la Bienal Némo —veterana en eso de cruzar arte, ciencia y experimentación— ha decidido hacer en su 5º edición algo casi indecente: devolvernos la utopía. Sí, esa palabra que sonaba a resaca del siglo XX y que, en manos de la tecnología, terminó siendo confundida con la simple promesa de gadgets más rápidos y ciudades más inteligentes.
Utopías redescubiertas en arte digital
Bajo el título Les illusions retrouvées, la exposición central que propone este evento en el Centquatre-Paris se entiende como una revuelta estética y filosófica. La ilusión —esa hermana bastarda del arte y de la política— reaparece como herramienta crítica y, de paso, poética. No se trata de negar la realidad, sino de estirarla hasta que se quiebre, para observar los destellos de sentido que emergen cuando la IA deja de calcular y empieza a fabular.

El recorrido es un archipiélago de cinco islas conceptuales: la Île d’Utopie, donde se ensayan futuros posibles sin miedo al delirio; Renaissances, que explora las mutaciones del cuerpo y la memoria; Un Monde nouveau, dedicado a los híbridos entre naturaleza y máquina; Le Cantique des quantiques, un viaje sensorial a los límites de la materia; y D A T A S K Y, territorio etéreo donde los datos se transforman en paisaje y emoción. El tono oscila entre lo retrofuturista —Margaret Cavendish chateando desde el siglo XVII gracias a un chatbot— y lo especulativo: selvas donde conviven insectos sintéticos, humanos modulados por datos y máquinas que sueñan en binario. Todo bañado en ese lirismo tecnológico que París sabe orquestar mejor que nadie.



Dentro de este conjunto de ficciones, ciertas piezas destacan por proyectar un mensaje particularmente rotundo. Cecilie Waagner Falkenstrøm, con I See it, So You Don’t Have To (Renaissances), borda con IA un tapiz en telar jacquard, como si William Morris hubiese resucitado para sindicalizar a los programadores de Silicon Valley. El colectivo Obvious, pionero en NFT cuando aún era cool, trae un Molière reescrito por algoritmos (Renaissances), recordándonos que hasta la inteligencia artificial puede ser barroca si se la entrena bien. Markos Kay, con Nature Portals (Un Monde nouveau), diseña organismos imposibles a partir de millones de imágenes de ecosistemas reales, trazando un puente entre la botánica y la ciencia ficción generativa.


Una bienal entre ciencia, ficción y crítica cultural
Así como unas obras abordan la fusión de naturaleza y máquina, otras expanden los límites de la ironía y la contemplación. Eric Vernhes, con Meeting Philip (D A T A S K Y), convoca el espíritu de Philip K. Dick en una instalación hipnótica donde el escritor se convierte en oráculo digital, recordándonos que la paranoia puede ser una forma de lucidez. Inook, por su parte, desarma solemnidades con Le Mégamix du Louvre-Lens (Le Cantique des quantiques), un karaoke museográfico en el que creaciones clásicas cantan y bailan al ritmo de ACDC o Britney Spears. Es el algoritmo como DJ de la historia del arte. En FEMINA | IRIS (Renaissances), Riccardo Giovinetto somete el lienzo renacentista La virgen del lirio de Cagnacci a un proceso de deconstrucción digital. A través de síntesis audiovisual y una banda sonora hipnótica, genera un ejercicio de belleza matemática que, en última instancia, cuestiona la mirada masculina sobre lo sagrado y lo femenino. Las piezas reunidas en Un Monde nouveau —de Tatsuru Arai, Boris Vaitovič, Markos Kay y otros— evocan ambientes donde naturaleza, humanos y máquinas coexisten sin jerarquía, componiendo un paisaje sensorial que parece salido de un sueño ecológico poshumano.

Si algunos trabajos muestran la imaginación tecnológica en acción, otros recuerdan sus riesgos y límites. Ismaël Joffroy Chandoutis, con Rewild (Île d’Utopie), pone en tela de juicio la obsesión por las granjas virtuales mientras la agricultura real se desangra. Beatie Wolfe, con Smoke and Mirrors (D A T A S K Y), contrapone décadas de datos climáticos con la propaganda petrolera que nos prometía un futuro brillante bajo nubes de metano. El vértigo cuántico está presente en intervenciones de Le Cantique des quantiques que no explican la física de partículas, sino que la vuelven una experiencia sensorial, como si Schrödinger hubiese abierto la caja solo para liberar una rave de fotones. Y la gran jugada de Les illusions retrouvées reside en su capacidad para transmutar la especulación tecnológica en fábula contemporánea.


Frente al solucionismo digital que todo lo mide y optimiza, Bienal Némo contrapone un humanismo aumentado y salvaje; un espacio donde las máquinas pueden equivocarse poéticamente y donde el futuro se vislumbra no como una dicotomía entre utopía y distopía, sino como un paisaje exuberantemente raro y contradictorio. Cuando la realidad parece un software mal testado, esta exposición opera como un glitch indispensable y no como una actualización. En esta fisura por donde se cuela lo imaginario queda la impresión de que las utopías no han desaparecido; aguardan, pacientes, a que la tecnología deje de prometer progreso para atreverse, por fin, a imaginar otros futuros.

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