Un centro educativo es un lugar en el que se reciben conocimientos y, si es una buena arquitectura escolar, es una construcción que transmite un mensaje: un concepto propio sobre una manera de entender la educación. Los pupitres recios reflejaban el autoritarismo del siglo pasado, mientras que los colegios regidos actualmente por pedagogías más activas abren sus puertas a la naturaleza y al juego. Sin reivindicar estas corrientes de pensamiento, el estudio de arquitectura COBE Architects han apostado por una escuela preescolar fragmentada en Copenhague, concebida con distintos ambientes para un público que va desde los pocos meses hasta los tres años. El punto de partida era entender el colegio no como un monolito, sino como un espacio de diferentes escalas.
De hecho, su escala es un dibujo infantil: una casa con tejado de dos aguas y ventanas. El esquema se multiplica once veces con áreas lúdicas organizadas en torno a dos jardines. ¿El objetivo? Crear una pequeña ciudad infantil para 182 niños, sin que en ningún momento se convierta en una inmensa guardería institucional. Así lo confirma Dan Stubbergaard, fundador de COBE: “Hoy hay una tendencia a crear guarderías cada vez más grandes. Pero nos parece importante potenciar la intimidad en estos mundos infantiles”. En cada una de las once áreas hay volúmenes donde se guardan las sillitas y los juguetes, y otros destinados a ser cambiadores o cocinas.
Además de dar coherencia al conjunto, los dos atrios de esta pequeña aldea sirven de punto de encuentro para niños, padres y educadores. El edificio invita a los más pequeños a desarrollar sus habilidades en espacios continuos, donde se eliminan las parcelaciones y la obligación de estar sentado tras pupitres o barrotes. Un proyecto que apuesta por la flexibilidad como forma de conocimiento, y que demuestra que diversidad no significa dispersión.