André Ricard es un maestro de lo preciso. Cada una de sus palabras podrían llenar un manual de historia del diseño, mientras que cada uno de sus objetos podría considerarse un testimonio vivo de cómo hacer física la utilidad. Capaz de impulsar una profesión en un país que la desconocía, su faceta autodidacta nos enseña que la experiencia es primordial para el avance y que, a veces, la sencillez es la mejor solución ante los problemas.
El nacimiento de un diseñador español
Diseñar es hacer tangible el pensamiento. La Bauhaus demostró que los conceptos podían ser algo más que teoría superponiendo la práctica desde el lado más utilitario. “Diseñar no es una profesión, es una actitud vital”, decía el teórico y fotógrafo de esta corriente, Lászlo Moholy-Nagy. Pues en ese arranque de convertir el boceto en obra física hay un proceso de reflexión que desata en nuestra mente una facultad creativa innata. André Ricard es justo eso: un erudito de la invención. A sus 92 años mantiene la costumbre de encontrar respuestas ante los dilemas domésticos a través de la forma exacta.
Ya en su niñez, este diseñador español gestó un gusto por hallar divertimento donde solo había páramo, por eso construyó con sus propias manos los juguetes de su infancia. Habitaba en él una pasión vocacional sobre la función de las cosas. Sin embargo, en una España dominada por el oscurantismo, cerrada a cal y canto de cualquier brillo exterior, parecía difícil impregnarse del progreso europeísta. Sus circunstancias familiares lo llevaron a distintos puntos del mundo y a descubrir al que sería un gran mentor: Raymond Loewy. Es así como termina fundando en 1958 su propio estudio en Barcelona centrado en el diseño industrial, una quimera llena de misterio para algunos, pero un oficio posible y con nombre propio.
André Ricard, una vida ligada al pragmatismo
“El diseño es hacer que los objetos útiles funcionen lo mejor posible”, afirma Ricard en el reciente documental André Ricard, el diseño invisible. Una confesión que no sorprende si echamos un vistazo a su amplísima producción —más de 60 piezas en el Museu del Disseny de Barcelona— siempre al servicio de mejorar la vida del usuario. Hablamos de una simple hendidura en la botella de leche Rania para agarrarla sin que resbale, de la altura del cenicero Copenhague, que evita el vuelo de la ceniza por culpa del viento, o de la estructura perfectamente pensada para la pinza Orión contra las polillas. Su metodología va ligada al aporte de soluciones en un ensayo a favor de que la herramienta concebida sea eficiente y racional.
Para el diseñador, la belleza por la belleza es un ejercicio vacuo, pues la estética solo es alcanzable “cuando un objeto llega a su perfección”. Precisamente, este año la firma Santa & Cole ha reeditado uno de sus emblemáticos hitos: la lámpara Tatu, a la que rendimos homenaje convirtiéndola en la portada del número 34 de ROOM Diseño. Como toda su obra, este icono pop no es arbitrario, sino que guarda tras de sí una historia que motiva su figura torneada y movible: conflictos maritales sobre la lectura nocturna; y es que gracias a su eje bifocal se ilumina al lector sin molestar al que descansa, como sucede en los aviones.
El maestro del diseño invisible
En André Ricard, el diseño invisible —dirigido por Poldo Pómez y escrito por Xavier Mas de Xaxàs— se nos acerca a la trayectoria de un diseñador que nunca se conformó con las opciones, sino con una única salida. Este barrido por su carrera nos cuela en un despacho colmado de objetos que narran una pasión incansable por intuir obstáculos y el modo más audaz de solventarlos. Intuiciones que le han permitido ganar el primer Premio Nacional del Diseño (1987) o el distinguido Design Europe Awards (2021) y ostentar cargos importantes en instituciones dedicadas a esta disciplina. Todo conseguido desde la nada.
La rutina puede presentarse como un reto audaz, incluso en la concepción de un tarro de aceitunas, el último proyecto que realizó durante el rodaje del documental. Porque a su provecta edad piensa que “la jubilación puede ser muy aburrida cuando has tenido una vida activa”, razón por la que él sigue imaginando. Aunque no pierde ocasión en observar y analizar el presente desde una visión crítica con respecto al consumo caduco de la tecnología, pero también humilde en su apuesta por la durabilidad de un producto como trinchera sostenible. “El objeto es la huella del hombre”, dice André Ricard, y no cabe duda de que la suya ya ha impregnado nuestra manera de entender lo cotidiano.
En este enlace puedes encontrar otro artículo sobre cuatro diseñadores españoles.