Adaptógenos, superalimentos, microdosis, en forma de vestidos o material de construcción. Conscientes o no de ello, los hongos son un microorganismo omnipresente en nuestro planeta, pero de unos años a esta parte se han convertido en una de las tendencias con mayor proyección de futuro. Su última conquista, nuestros salones con la marca de mobiliario Aifunghi.
En busca del biomaterial en el diseño contemporáneo
Los hongos son el tejido que sostiene la vida: descompone, regenera y teje una red que comunica unos organismos con otros. Pocas son las industrias que se resisten al encanto de estos seres fascinantes de los que sabemos poco, pero que parecen ofrecer un sinfín de ventajas. Un biomaterial sostenible con la capacidad de crecer y unirse a otros sustratos orgánicos, aislante e ignífugo. Papel, cuero o materiales para construir: parece mentira que hayamos tardado veintiún siglos en descubrir el potencial del micelio. Y desde los Países Bajos, Aifunghi —marca fundada por Marije y Bart Schilder y con a Michiel Gelik y Mo Aouraghé como socios— ha llevado este elemento al territorio del diseño industrial.

Así nació una colección —presentada en el festival 3 Days of Design de Copenhague— de diez piezas de mobiliario y luminarias 100% compostables y con huella de carbono casi nula que, además son funcionales, duraderas y estéticas. En este mercado saturado de promesas verdes, de productos eco y de intentos de sostenibilidad —cabe señalar que esos intentos son por sostener la industria, no el planeta—, Aifunghi se desvía del discurso genérico y apunta a algo más concreto: la seducción material. Uno cuyas propiedades son, sin duda, seductoras y que, al mismo tiempo, pretenden dotar de belleza. Aunque sus fundadores confiesan que no les entusiasma la palabra, su intención es “hacer del micelio un material sexy”.

La sostenibilidad, dicen, fue solo el primer paso, al que siguió la utilidad y, por último, la búsqueda de belleza. De esa manera, la jerarquía de su escala de valores se hace evidente y para lograr su objetivo, Aifunghi ha tejido —al igual que teje el micelio— una red de colaboraciones que les ha permitido llevar a cabo su proyecto soñado: Growmoldin, empresa también neerlandesas especialista en moldes de micelio, da forma a los muebles; la start-up noruega Agroprene sustituye el poliuretano por espuma a base de algas; y Biofur desarrolla tapicerías libres de plásticos que imitan la suavidad del pelaje animal copero a base de fibras vegetales.

El micelio: el gran componente estrella
El micelio empleado se crea a base cepas activas —la raíz subterránea de los hongos— que actúan como un aglutinante entre las fibras de cáñamo, dando lugar a un biocompuesto resistente y robusto con una resistencia capaz de alcanzar una vida útil de 30 años. Ese compuesto se cultiva dentro de modelos que dan formas a los objetos; y todo se produce o, mejor dicho, crece en su planta neerlandesa, con capacidad para 1200 productos anuales. Han leído bien: estos muebles se cultivan y puede que sea uno de los mayores hallazgos.

El resultado son diseños orgánicos, de ángulos suaves y aspecto mullido; con referencias al mundo fúngico, en los que nos parece escuchar cierto eco a diseñadores como Eero Saarinen o Fritz Hansen: todo parece quedar en el norte. También nos llevan a esa misma geografía los tapizados peludos, que sugieren calidez para los inviernos fríos y las noches largas de estas latitudes. En este conjunto, hay algo que sugiere vida: no tanto por el micelio en sí —oculto a la vista—, sino por las formas redondeadas y la tapicería esponjosa. No nos sorprendería si estos asientos o luminarias continuaran creciendo y ramificándose una vez instalados en casa. O si se deslizaran lentamente hacia la luz de las ventanas, como crece una planta bien regada.

¿Podremos en un futuro próximo cultivar nuestros propios objetos? ¿Podríamos añadir fondo a un sofá para adaptarlo a nuevas necesidades? Tanto el micelio como esos materiales que crecen abren un mundo infinito de posibilidades. No parece que hayamos descubierto del todo o aprovechado al completo su potencial, pero ello apunta a que el porvenir crece, sin nosotros saberlo, silenciosamente bajo tierra.
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