Soft Cycles, la última obra de Daniel Hölzl en la Berlinische Galerie, empieza donde terminan las ocho obras previas a partir de las que está hecha. Y, a la vez, todas ellas están comprendidas en esta escultura hinchable, que diluye en arquitectura orgánica y pulsante la geometría dura del museo como símbolo de la transformación permanente de la ciudad.
Soft Cycles: respirar dentro del museo
A Daniel Hölzl le gusta pensar en los materiales como palimpsestos sin fin, como elementos que llevan inscritos en sí la historia de sus componentes. Al reciclaros una y otra vez —descomponiéndolos en otra cosa—, el resultado siempre incorpora la información anterior. Se ha interesado, por ejemplo, por los derivados del petróleo, el carbón y otros minerales fósiles, de manera que su actuación como artista activa y descifra ciclos continuos de significado.

Aparentemente, en Soft Cycles —el encargo que le ha hecho la Berlinische Galerie para conmemorar su quincuagésimo aniversario— esa idea se desentiende de la materia base para ceñirse a la arquitectura. Aprovechando la diferencia de altura entre el exterior del vestíbulo y el cuerpo principal del museo, Hölzl ha definido un cubo transparente inflado a alta presión. En su interior ha instalado otro inflable de forma bulbosa, realizado con seda de paracaídas, que crece lentamente hasta colmatar el espacio disponible y luego se retrae, con la misma parsimonia ritual, hasta liberar el vacío original.

Las ocho vidas de una misma burbuja en la Berlinische Galerie
La segunda pieza está construida con partes de otras ocho obras hinchables previas que emergían desde las ventanas de diferentes edificios berlineses, reformulando como volúmenes los interiores que se asoman a la ciudad desde ellas. Daniel infló estas burbujas de nuevo en los hangares de las Wilhelm Hallen, las descompuso, recompuso y recosió valiéndose del modelado digital. De ese modo, la nueva lleva inscrito y bien visible —las costuras son perceptibles— el ADN de sus ocho precedentes y de los lugares que les dieron origen: “Las ventanas y pasillos, las cicatrices de las costuras, todo está ahí”.

Hölzl evoca la paradoja del barco de Teseo, cuyo viaje entre Creta y Delos conmemoraron los atenienses reproduciéndolo durante siglos en la misma nave. A medida que sus planchas de madera se pudrían, eran sustituidas por otras nuevas. “¿Qué habría ocurrido si a lo largo de cientos de años hubiéramos recuperado las maderas podridas y hubiéramos recompuesto el barco en un museo, pero, al mismo tiempo, el buque con las maderas nuevas siguiera navegando? (…) ¿Cuál sería el verdadero barco de Teseo?”.

El ciclo todavía se complica más. La lenta respiración de la burbuja convierte virtualmente la fisonomía angulosa y racional de la Berlinische Galerie —en tiempos una fábrica de vidrio— en un organismo pulsante que aparece y desaparece. En él resuena Berlín entera, esa ciudad en transformación continua y a veces traumática, y con ella la permanencia inasible y fluida de la vida y los objetos —sístole, diástole— que el arte nos pone ante las narices como un espejo contradictorio.

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