En Madrid, el pan ha encontrado un nuevo escenario para renacer. FUBA Bakery, concebida por el chef Fabián León y diseñada por Isern Serra, hace mucho más que despachar hogazas: es un laboratorio estético donde el pan se amasa sobre superficies con destellos de acero que parecen esculpidas en piedra lunar.
FUBA Bakery: el horno como arquitectura
Desde que abrió sus puertas, FUBA se ha posicionado como un espacio de referencia, tanto por la calidad de su propuesta gastronómica como por la radicalidad de su interiorismo. Como en los experimentos arquitectónicos de Javier Senosiain, a primera vista el lugar parece más cercano a una galería que a una panadería, ya que cada hogaza se ofrece al visitante con la misma solemnidad que un objeto artístico. En este local, Isern Serra ha proyectado una especie de templo excavado en la roca, donde el mostrador central se comporta como un altar con las piezas de masa madre, y las paredes grises —casi minerales— se encargan de prolongar la atmósfera cavernosa.


Con todo, FUBA prioriza dos caminos estéticos: la rudeza del brutalismo y la serenidad del minimalismo. Por un lado, la dureza de las superficies pétreas recuerda a un refugio tallado en la piedra, mientras que la linealidad y la atención en la luz impregnan el entorno de calma. A ello se suma un aire de futurismo retro, donde el acero pulido y las texturas metálicas sugieren que estamos en una panadería del mañana, una que, paradójicamente, conecta con los orígenes primitivos del pan como alimento ancestral. Y es gracias al equilibrio entre materiales, volúmenes —que se intuyen pesados— y una circulación ágil lo que hace que la llama del taller artesanal se mantenga viva.


Isern Serra y la estética que fermenta
El discurso de Serra se hace reconocible en la minuciosidad con la que proyecta ambientes de introspección. Sin embargo, en FUBA condensa lo doméstico y lo experimental en una tienda comercial con un mobiliario diseñado a medida y pensado como una extensión del propio ecosistema. La mesa de degustación parece brotar del suelo como un afloramiento rocoso, los bancos se integran en las paredes y los estantes surgen como pliegues en el hormigón. En todo esto se percibe una clara intención de plasmar el resultado de un proceso lento, igual que un pan que necesita reposar antes de entrar en el horno. Esa es la cadencia que marca el ritmo de la panadería.


Aunque futurista, FUBA no cae en tópicos que lo conviertan en un lugar frío. Serra ha sabido dosificar los tonos para que la sobriedad mineral se vea interrumpida por destellos cálidos, como si el horno emitiera un resplandor invisible sobre los muros. La fuerza del conjunto se halla en ese equilibrio entre severidad y acogida; de esa manera, uno puede detenerse a observar la textura del cemento o a mirar cómo la luz cae sobre una bandeja metálica. Como en otras ocasiones, la estrategia de Serra defiende una importante premisa: el hecho de que los escenarios comerciales también pueden ser territorios donde se ensayen rituales cotidianos.


Desde su catálogo de productos, FUBA ya se encarga de dignifica el acto de comprar y comer pan. Un ejercicio que extrapola en su sede con una arquitectura mínima, donde la crudeza material abraza lo cotidiano. Para Isern Serra, el proyecto funciona como un recordatorio de que el diseño de interiores puede ser radical sin dejar de ser hospitalario. Incluso si se parece a una gruta, a un laboratorio o a un escaparate al mismo tiempo. FUBA es la prueba de que en un trozo de pan cabe un mundo entero: historia, maestría y futuro.


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La panadería fue diseñada por el estudio de Isern Serra.
El espacio combina materiales brutalistas como el hormigón y el acero con curvas y luces ligeras, generando una atmósfera que oscila entre lo arqueológico y lo futurista, donde el pan se presenta como objeto artístico.