Melody House explora de manera consciente cómo la arquitectura puede actuar al mismo tiempo como telón de fondo y como protagonista de una experiencia espacial. El proyecto se plantea como un intento de desaparecer, de no imponerse en exceso, pero sin renunciar a mantener una presencia fuerte y definida, generando así una vivencia deliberadamente contradictoria.
La propuesta debía responder a una doble exigencia: crear un espacio capaz de satisfacer las demandas funcionales de un local comercial y, a la vez, ofrecer un escenario adecuado para el acto inmersivo, íntimo y frecuentemente personal de interactuar con la música. Frente a esta necesidad, la respuesta arquitectónica fue concebida como una narrativa espacial construida alrededor de contrastes cuidadosamente orquestados: apertura y recogimiento, exposición y privacidad, ligereza y peso, quietud y movimiento.


En el núcleo del proyecto se encuentra una carcasa metálica azul, perforada y fabricada a medida, que funciona simultáneamente como objeto escultórico y como organizador espacial. Este elemento se despliega a lo largo de la fachada principal y actúa como un umbral que define el recorrido de los visitantes, marcando las transiciones entre las distintas áreas del programa. Dichas zonas se organizan según el tipo de instrumento y conforman diferentes “barrios” musicales. Las perforaciones del metal permiten una permeabilidad visual controlada, creando vistas parciales y generando una sensación de privacidad relativa: los límites se perciben difusos, sin llegar a cerrarse de manera rígida. La elección del color azul remite a la identidad gráfica de la tienda, otorgándole coherencia visual y consolidando al mismo tiempo una presencia distintiva dentro de una paleta interior dominada por tonos neutros.


El interior evita el recurso a divisiones únicas y cerradas. En lugar de ello, se recurre a un elemento lineal continuo que articula una secuencia de nichos, cada uno definido por variaciones de material, cambios en la iluminación y la presencia de cuatro umbrales marcados como puntos de transición arquitectónica. Este recorrido espacial ofrece una experiencia dinámica en la que los visitantes pueden desplazarse a distintos ritmos, de manera semejante a cómo una composición musical alterna momentos de continuidad con pasajes de interrupción o contraste.


Las áreas destinadas al personal se integran en las distintas zonas, reforzando la idea de que los verdaderos protagonistas del espacio son los instrumentos y las interacciones que provocan. Así, los trabajadores se convierten en observadores y mediadores de una atmósfera donde lo comercial y lo experiencial se funden en un único entorno coherente.
En última instancia, el diseño propone una experiencia estratificada que permite sentirse a la vez guiado y libre, enraizado pero abierto. Refleja las contradicciones esenciales de la música: estructurada y emotiva, técnica y vivencial. Al aceptar la ambigüedad, la tienda deja de ser únicamente un lugar de compraventa para transformarse en un espacio de escucha, aprendizaje y conexión.
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