Coleccionista de arena, objetos, tiempo e historias, el francés Théo Mercier nos invita a pensar maneras sostenibles de abordar la producción artística. Desde el cubo blanco a la caja escénica, de la galería al subterráneo, sus gestos creativos construyen nuevos parentescos. Hablamos de una narración infinita entre la basura y el deseo. Relatos que inventan otras posibilidades plásticas.

Aprendiendo de los objetos
Cada día, tras los muros de la ciudad, personas sin rostro se aman y construyen meticulosamente un continente de recuerdos. Cuando llega el final, el amor y el deseo se desechan como el envoltorio de un producto consumido”. Con estas palabras, Théo Mercier (París, 1984) describe su último proyecto performativo, Skinless, trabajo escénico que presentó en el marco del Festival d’Automne de París y que continuará en Le Havre y Lyon. Entre toneladas de basura, cuerpos y anhelos, el artista hace una pausa para respondernos a un cuestionario con el que trazar su trayectoria: esa que le ha hecho ganarse la etiqueta de enfant terrible simplemente por haber desvelado que, como en la canción de Suede, Trash, solo somos basura.


Formado a principio del siglo XXI en l’École Nationale Supérieure de Création Industrielle de París (ENSCI) y la Universität der Künste (UDK) en Berlín, Théo Mercier comenzó a prestar atención a los objetos, especialmente a “cómo se fabrican las cosas, quién las fabrica, dónde y para quién”. Un interés que se mantiene hasta hoy: “La producción fabril dice mucho de nuestra conexión con el planeta, con los demás, con nuestro entorno. Los elementos cotidianos son fundamentales en mi imaginario, pues contienen mucho de nuestra humanidad. Los objetos son memorias humanas. Estudiar diseño industrial fue mi primera aproximación al vínculo entre las personas y el objeto”.

Esta idea de la industria como generadora de interacciones y como repositorio de vivencias humanas avivó su atracción por la escultura y los procesos artísticos. Y, tras la colaboración que mantuvo con Bernhard Willhelm en el vestuario escénico de la gira de Björk, en 2008 se trasladó a Nueva York para trabajar con Matthew Barney. Con el creador de la saga Cremaster, llevó a cabo River of Fundament, conoció los entresijos del ámbito artístico y lo que se puede hacer en él. “En su estudio de Brooklyn descubrí que la ambición no tiene que ver necesariamente con el poder, sino que puede tener algo de místico, algo que abre las posibilidades del mundo, algo que va más allá”.

Théo Mercier. El artista como coleccionista
Este giro hacia el campo del arte llevó a Théo Mercier a una de sus primeras exposiciones —Le Grand Mess(2013) en Nantes—, en la que ya aparecía una de las constantes de su porfolio: la idea del artista como coleccionista. “Coleccionar es, sin duda, una parte importante de mi proceso, es el lado antropológico de mi labor. Colecciono para comparar, no para poseer. Colecciono piedras de acuario, máscaras africanas, mecheros sexys, huesos de plástico para perros… Conceptualmente trato de averiguar qué se esconde detrás de esos elementos y revelar las historias que encierran. ¿Qué nos dicen las piedras de un acuario sobre nuestra relación con los peces, con la naturaleza o con la infancia? ¿Cómo y por qué configuramos la naturaleza? ¿De qué manera escenificamos a los animales? Coleccionar es para mí un pretexto para comprender”.

Fruto de vagabundeos, derivas por la ciudad y compras compulsivas en sex shops, tiendas de bromas y mercadillos, Le Grand Messnos mostraba las dos caras de este “gran desorden”. Por un lado, el aséptico cubo blanco y, por el otro, la trastienda o las bambalinas de este espectáculo, el verdadero bazar de la creación. De esta concepción acumuladora, nació su interés por intervenir o dislocar otros museos, interfiriéndolos de un modo sutil o de forma radical, y preguntándose sobre cómo la disposición en la que estos lugares exhiben sus obras condiciona nuestra manera de ver el mundo.

En esta misma línea, destaca la muestra Every Stone Should Cry(2019). Realizada en el Musée de la Chasse et de la Nature, Mercier construyó un extraño gabinete de curiosidades donde convivían elementos naturales junto a referencias al cuerpo humano, como senos femeninos o manos que aparecen entre las conchas. “Me preocupa cómo estamos humanizando todo lo que nos rodea, cómo estamos escenificando la animalidad, esculpiendo el paisaje, domesticando la naturaleza”, confiesa Mercier. Así vemos “paralelismos entre la educación infantil y el adiestramiento de las mascotas, o entre el teatro en vivo y los zoológicos”.

Tras esta experiencia, Mercier volvió a alterar el relato museológico de otras instituciones, como el Musée des Civilisations de l’Europe et de la Méditerranée (MUCEM) y del Département des Recherches Archéologiques Subaquatiques et Sous-marines (DRASSM). En ambos tuvo carta blanca para acceder a los fondos y elaborar un nuevo discurso que nos invitaba a “imaginar otras formas, otros relatos, otras circulaciones entre las piezas”.

El tiempo y la arena. Polvo somos
Esta relación con el museo como contenedor de narraciones enlaza con otra de las obsesiones que aparecen en el currículum de Mercier: el tiempo y la historia, el tiempo que vivimos y aquel que dejamos pasar. Como en la famosa carta de Félix Gonzalez-Torres a su novio: “We are time, now and forever”. En este nexo con lo cronológico, fue decisiva la residencia que realizó en la Villa Médici (Roma), donde el contacto real y directo con los vestigios del pasado le abrió nuevas vías de investigación. “Durante mi estancia, descubrí que el tiempo se podía almacenar, y empecé a obsesionarme por cómo viajar en un flujo imaginario. El tiempo que dejamos volar, el que apuramos, el que intentamos conservar”.

El tiempo —cómo influye en nuestras vidas y va dejando huellas en todo aquello que realizamos— es el punto de partida de la propuesta fotográfica que desarrolló en colaboración con Erwan Fichou y que tituló Hier ne meurt jamais(El ayer no muere nunca). En ella vemos una serie de imágenes en gran formato con antiguas ruinas de la cuenca mediterránea de las que cuelgan grandes pancartas —hechas con sábanas de hoteles—, en las que aparecen frases que nos acercan a nuestra sociedad global con sarcasmo e ironía. “Una manifestación imposible contra el tiempo. Una lucha entre el pasado, el presente y el futuro”.


Este enfrentamiento con el devenir se puede ver en el que hasta ahora ha sido uno de sus proyectos más ambiciosos: Outremonde(2021-2023). Se trata de una trilogía de paisajes esculpidos en arena que nos empuja a reflexionar sobre la responsabilidad del creador con el entorno y la sostenibilidad de su práctica. Divididas en tres capítulos —el primero en la colección Lambert de Avignon (2021), el segundo en la Fundación Luma de Zúrich (2022) y el tercero en la Conciergerie de París (2022-2023)—, estas inmensas escenografías se elaboran con material cercano: “Todo está hecho con agua y arena local, con un máximo de 15 km a la redonda. Las esculturas, creadas site-specific, reaccionan con la arquitectura, van desapareciendo de forma orgánica y al final la arena vuelve intacta a su origen. Como público asistimos solo a un momento de algo que no podemos retener”.


Esta idea del hic et nunc—el crashballardiano— aparece perfectamente reflejada en Bad Timing(2023), también exhibida en la Villa Médici de Roma. “Después de los capítulos sobre la arena, Bad Timinges otra vía de análisis sobre el préstamo de material para producir obras espectaculares. La cuestión que subyace es ¿cómo mantener un gesto máximo con una huella ecológica mínima?”.


Mercier resuelve la responsabilidad del artista con la sobreproducción y el colapso a través de un gesto monumental: instalando cinco coches en el patio de entrada a la Villa como una imagen del desastre. Un desastre con el que el creador no colabora, pues “los coches que utilizamos volverán después de la exposición al sitio donde se estrellaron, los frigoríficos viejos al centro de reciclaje y las piezas al museo. No hay nada que poseer en estas vastas instalaciones. Todo se construye totalmente a nivel local e in situ”. Al igual que ocurrirá en su práctica escénica: todo es aquí y ahora.

Un lugar intermedio. Cuerpos, detritus y deseo
Este nexo conflictivo entre el tiempo y la historia fue despertando el interés de Mercier por las artes escénicas. Durante la estancia romana, “todas esas viejas piedras avivaron mis ganas por trabajar con cuerpos vivos”. Desde este momento comienza a realizar intervenciones performativas, creando su propia compañía y colaborando con otros coreógrafos. Du futur faisons table rase(2014), Radio Vinci Park (2016), La fille du collectionneur(2017) o Affordable Solution for Better Living(2018) han sido los títulos de algunos de estos dispositivos escénicos con los que imaginar nuevos modos de ver el theatrondel mundo. Y es ahí donde Mercier nos muestra sus mejores gestos.

En Skinless(2024), su última propuesta, el público se encuentra en medio de dos columnas de residuos metálicos asistiendo a una historia de amor en un vertedero. “Skinlesses un trabajo perfecto para concluir mis investigaciones sobre cómo podríamos producir de otro modo hoy en día. El experimento consistió en imaginar una obra de teatro con una gran escenografía que se reconstruyera localmente en todos los lugares por los que pasa, y así evitar el transporte pesado. ¿Qué puedo encontrar en todas partes? Toneladas de basura. Así es como empieza todo. La cuestión de la producción es el punto de partida de un sueño”. Un sueño de arrebato y transformación en un vertedero.
“Este punto intermedio es realmente donde quiero estar como creador: entre el público, el sistema de producción y las instituciones. Parte de mi misión es inventar procedimientos y ofrecer nuevas perspectivas. Todos deberíamos buscar nuevos métodos”. La grúa mecánica sigue girando entre montañas de residuos, mientras los amantes se aman a corazón abierto. Quizás solo eso sea el amor: un espacio para que surja el deseo entre la basura y nuestros cuerpos. |
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