El estudio 1024 Architecture ha obtenido un merecido reconocimiento internacional por sus obras audiovisuales, que podrían explicarse como coreografías inmersivas en las que los propios elementos constructivos adquieren pulso.
La simbiosis digital de 1024 Architecture
Si las puertas de la percepción se depurasen, todo se aparecería al hombre como es: infinito”. Esta conocida cita —extraída del ensayo Las puertas de la percepción, de Aldous Huxley (1894-1963)— profundiza en una de las cuestiones adheridas al ser humano desde su origen: qué es, en esencia, la realidad; ese ámbito donde se cultiva nuestra existencia. Una pregunta de carácter filosófico que la ciencia desentraña desde los parámetros de la neurología, la física y la cuántica. Una disyuntiva que, por supuesto, también ha sido impulso creativo para multitud de artistas, pues se sustenta en cómo percibimos aquello que nos rodea a través de los sentidos. Por eso hoy resultan tan estimulantes los planteamientos que surgen del desarrollo digital. Y en este caso, hablamos de 1024 Architecture.

Por la diversidad expresiva de sus múltiples propuestas, parece difícil resumir la carrera del estudio fundado por los arquitectos Pierre Schneider y François Wunschel en 2007. Sí podemos afirmar que su principio activo es, precisamente, poner contra las cuerdas las reglas perceptivas que configuran nuestra atención mediante escenografías y paisajes emocionales que nos llevan hacia lugares alucinógenos. Para ello, ponen el cerebro del espectador en el centro del objetivo y lo sumergen en un agitado e impredecible mar multimedia.
Con base en París, este grupo lleva en su definición genética la digitalidad y la arquitectura, exprimiendo todas las opciones que la tecnología ofrece, con un aroma inequívocamente experimental y con una constante y vertiginosa vocación de mezclar disciplinas y medios hacia una tipología de arte que se aleja de los formatos habituales. El núcleo de esa combinación es la programación de código informático: utilizan como lienzo estructuras y espacios arquitectónicos, y mediante el pincel de luz y sonido desmantelan sus raíces para descontextualizarlos y desafiar la legibilidad figurativa.

Arte digital inmersivo
En 2014 se unió al equipo Nico Merlin —músico, videógrafo y también arquitecto—, completando la paleta multifuncional de un proyecto que hace de la evolución permanente su razón de ser. Más de diez años después de su incorporación, 1024 Architecture ha obtenido un merecido reconocimiento internacional por sus obras audiovisuales, que podrían explicarse como coreografías inmersivas en las que los propios elementos constructivos adquieren pulso.

Sus trabajos se diseminan por ciudades y festivales de todo el mundo, y aunque es complejo hacer una selección —todos en algún punto son reseñables—, podemos subrayar algunas de sus últimas producciones, como Phorest (2024): una instalación exterior que se proyecta sobre 500 ramas de bambú para generar una hipnótica danza lumínica; fascinante interacción entre la creatividad humana y la naturaleza. O Ecrin (2023), diseñada alrededor de la fuente de los Jacobinos en Lyon y compuesta por 16 láseres. A modo de caja protectora dinámica, los haces podían ser contemplados a mucha distancia tras el perfil de los edificios, llegando a incidir en las nubes: un hito memorable en el festival Fête des Lumières donde fue estrenada. En otro plano —pero igualmente muy comentada— tuvo lugar Space XY (2022), una creación inmersiva semiesférica con ecos narrativos de la ciencia ficción, que materializa un espectáculo audiovisual bajo una cúpula. Esta performance íntegramente generativa en tiempo real se mostró en el Syllepse 360°, durante el Festival de Mapping celebrado en Ginebra.

La enumeración podría ser muy extensa, ya que la actividad de este estudio es altamente fértil y ajena a convencionalismos. Sin duda, 1024 Architecture traza experiencias con un pigmento sensorial que depura los límites formales analizados por Aldous Huxley; lo que nos lleva a un estrato en el que el marco normativo de espacio y tiempo se desvanece y nos asoma a una dimensión entre lo onírico y la electrónica, donde las posibilidades son ilimitadas. Sí, infinitas.
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