Thomas Dillon es un pintor autodidacta cuya obra se sitúa en el ámbito de la abstracción, aunque incorpora elementos figurativos que, a través de rostros de miradas desorbitadas, sugieren presencias que encarnan pensamientos y emociones pasajeras. Dillon explora la pintura como un acto sin planificación consciente, una práctica que busca dar forma a lo que surge desde el cuerpo y la intuición, más allá de cualquier intención predeterminada. Y hasta el 21 de junio se puede ver su imaginario en Opera Gallery, Madrid.
Thomas Dillon. La acción antes que la intención
Con un enfoque físico de la pintura, donde la gestualidad y el automatismo son fundamentales, la técnica de Thomas Dillon podría inscribirse en los márgenes del action painting. Un estilo donde el artista aplica color de manera espontánea, aunque bajo cierto control, permitiendo la configuración de patrones y formas reconocibles. En el caso de Dillon, se trata de un ejercicio guiado por el cuerpo y no por la mente, sin una intención consciente como elemento principal.

A esto se suma el uso de utensilios no convencionales como palillos chinos, tubos de cartón, jeringuillas o sus propias manos, que generan composiciones dinámicas e inesperadas, pero siempre como resultado de un proceso lúcido. En el caso del artista, Dillon trabaja intuitivamente “partiendo de lo que parece un impulso primario, para originar sensaciones y respuestas viscerales a las pinturas a medida que se desarrollan, en lugar de depender de mis facultades cognitivas o intelectuales”.


Esta metodología comienza con un ritual previo: cada sesión se inicia con meditación, incienso, mantras y ejercicios de respiración, preparando cuerpo y mente para dejarse llevar por el movimiento. Todo este procedimiento, según explica Dillon, busca eliminar cualquier rastro de autoría, facilitando que el estímulo instintivo lidere la labor.


Este camino pretende apartar la voluntad racional, y desde que surgió a mediados del siglo XX, ha sido transitado por otros artistas como Kazuo Shiraga y Karel Appel. Si Dillon emplea las manos y una perspectiva meditativa, Shiraga lo hacía con los pies, suspendido sobre el lienzo en una danza violenta y catártica. Para ambos, como también para Appel, la pintura no es un producto acabado, sino un territorio de investigación entre cuerpo, azar y materia. Un modo de crear que prescinde del resultado y se concentra en la energía del propio acto.

Body Work en Opera Gallery
En este marco de referencias, hasta el 21 de junio se presenta en la madrileña Opera Gallery, Body Work, su primera exposición en España. En ella se reúnen sus piezas más recientes: lienzos de gran formato que provocan un potente impacto visual, reforzando el carácter físico y visceral de su porfolio. De esa gestualidad emergen figuras de apariencia naíf, pero que también esconden una tensión latente.

“En mis obras, los personajes tienen diferentes niveles de estado emocional. Ninguno de ellos se enfrenta al espectador como una amenaza, sino que son lo bastante ambiguos como para que el espectador les atribuya su propio significado”, declara Thomas Dillon. Estas siluetas parecen atrapadas, agitando sus contornos entre capas densas de pintura, solas o en grupo, evocando tanto el aislamiento como la tensión colectiva, y abriendo la imagen a múltiples lecturas desde la experiencia de cada espectador.

Es por ello que las pinturas de Thomas Dillon no reclaman ser sentidas y no simplemente comprendidas. Algo que, como hemos señalado, favorece un encuentro físico y sensorial poderoso por las dimensiones o por la elección cromática. Trazos, manchas y figuras en Body Work proponen ese contacto inmediato como posible reacción del público. Porque en ese cruce entre lo que vemos y lo que experimentamos, la pintura de Dillon cobra su sitio: ese territorio donde la intuición y el gesto se encuentran.

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