Como resultado de una residencia artística de 3 semanas en la plataforma iii, Miriam Bleau y Nien-Tzu Weng dieron forma a Second Self. Una performance que replantea nuestro modo de comunicarnos desde la perspectiva cíborg.
El ciberfeminismo de Donna Haraway en Second Self
Para llegar a Miriam Bleau y Nien-Tzu Weng uno debe pasar irremediablemente por Donna Haraway y todo lo que rodea a su Manifiesto cíborg (1983). Y es que las líneas entre lo natural y lo artificial son cada vez más ambiguas; incluso nuestra conciencia se ve diluida entre una existencia física y otra completamente virtual. Unos “dualismos antagónicos” que se asientan con avidez en este mundo quimérico que estamos construyendo lentamente. Humanos o máquinas, organismos vivos o circuitos cerrados. “¿Por qué nuestros cuerpos deberían terminarse en la piel o incluir como mucho otros seres encapsulados por esta?”, sentenciaba Haraway.
Si la política principal de los cíborgs se basa en luchar contra la visión racionalista del lenguaje, ello implica una nueva concepción comunicativa: una apertura hacia los sistemas tecnológicos que se despega de la propia biología. Ver en lugar de decir. El eikon en contraposición al logos. O el poder del emoji triste frente a la propia tristeza. Asistimos así a la muerte de la comunicación perfecta para toparnos con el resurgir de la conexión híbrida. Second Self habla de esto o, más bien, nos lo muestra a través de performance, motion capture y led. El ambiente en el que surge es bastante propicio: la iii, una plataforma comunitaria de Países Bajos que se dirige a creadores interdisciplinares, con el fin de que experimenten para que lo tecnológico pueda fundirse con el sentido humano.
Second Self. Entre el diseño led y la performance
Como fruto de una residencia de tres semanas en este entorno inspirador surgió el proyecto de Myriam y Nien-Tzu. La primera, artista digital y compositora; la segunda, artista y performer. Second Self es su modo de reinterpretar aquel cíborg feminista de Haraway a través del modo más primitivo de interacción: el movimiento y la visión. Ataviadas con pantallas táctiles de led que se distribuyen por distintas partes del cuerpo —cara, manos y pecho—, ambas exploran lo alternativo superponiendo identidades al unísono: de las máscaras emergen imágenes amplificadas de sus rostros, distorsionándolos hasta el punto de confundirse. Una convivencia entre la persona y el avatar, apelando a esas barreras entre lo físico y no físico que, como decía Haraway en boca de su cíborg, “son muy imprecisas para nosotros”.
Myriam y Nien-Tzu danzan y tocan la piel pixelada de sus caras para que todos podamos ver lo que expresan desde esa interfaz, “creándose” a sí mismas una y otra vez. Así nos demuestran que la única comunicación posible es la de la observación; una tipología familiar a la que estamos acostumbrados en nuestra vida online. ¿No nos desdoblamos en otras entidades, privatizando una parte de nosotros y exponiendo sin pudor otras que seleccionamos? Este acto tan simple nos convierte en lo que Haraway definía como “un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción”. Lo cierto es que, al contrario de lo que nos enseñan Myriam y Nien-Tzu, nuestro Second Self no está configurado con dispositivos protésicos, sino con la propia simulación. Y por eso no es tan descabellado pensar que cada vez estamos más cerca de ser más “un cíborg que una diosa”.
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