Una imponente fachada de vidrio y formas orgánicas: así es la Biblioteca de la Ciudad de Pekín diseñada por Snøhetta. Una propuesta donde se ha reinterpretado la función de una biblioteca en la era digital, transformándola en un espacio de interacción social y cultural.
El dilema de la biblioteca contemporánea
Craig Dykers y Kjetil Trædal Thorsen, los directores del estudio noruego Snøhetta, llevan muchos años jugando partidos difíciles. Convencidos profundamente del carácter público de la arquitectura y del papel que esta desempeña en la consolidación de una sociedad y un urbanismo abiertos, inclusivos y no deterministas, han construido obras significativas en sitios en los que esos valores no son precisamente bienvenidos.
En Estados Unidos —buque insignia del transporte en vehículo privado—, lograron transformar Times Square en una plaza peatonal. Y no hay que olvidar que uno de sus primeros trabajos fue la Biblioteca Alexandrina en Egipto, que los ciudadanos rodearon durante la Primavera Árabe para proteger uno de los contados pilares de libertad de la ciudad.
En la nueva era digital, la biblioteca como tipología arquitectónica ha tenido que reformularse. El acceso ilimitado a todo contenido a través de internet la ha llevado de ser el contenedor del conocimiento a convertirse en la institución que genera sabiduría por el contacto entre las personas que la frecuentan. Así lo entendieron SANAA en su EPFL Library o Dominique Coulon en su mediateca de Thionville: crearon paisajes protegidos en los que acomodarse, inspirarse, hablar, discutir, pensar…
La biblioteca de Pekín de Snøhetta
La propuesta de Snøhetta también bebe de estos discursos y diseña un bosque de esbelta estructura portante que recuerda a la Johnson Wax de Frank Lloyd Wright. Sus capiteles fungiformes recogen aguas pluviales, concentran gran parte de la tecnificación del espacio y contrastan con unas suaves colinas aterrazadas de madera, en las que instalarse y disfrutar de las impresionantes vistas del paisaje que circunda al edificio. Lo permite una imponente fachada de vidrio autoportante de 16 metros de altura, que utiliza unos pliegues en zigzag para lograr estabilidad sin requerir ningún otro elemento. Bajo estas dunas interiores se ubican áreas para exposiciones, performances y conferencias, donde la actividad intelectual encuentra su foro.
Sin embargo, la recién inaugurada Biblioteca de la Ciudad de Pekín se enfanga en terreno pantanoso, pues intenta facilitar el intercambio de ideas y el acercamiento a la cultura en un país en el que ambas cosas son controladas, coartadas y redirigidas por un Estado férreo. Símbolo y plataforma de una posible apertura para algunos, es considerada por otros como una descarada máscara de valores cerrados propios de regímenes autoritarios y, a la vez, turbocapitalistas. Solo queda esperar para ver si podrá funcionar como un portal de entrada universal a la información y vibrante catalizador de nuevos planteamientos, o queda como el telón de fondo perfecto en el que hacerse un selfi y cargar la batería del ordenador.
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