En el último Salone del Mobile había hasta once contribuciones distintas de Elena Salmistraro. La diseñadora milanesa se ha convertido en una presencia insoslayable en la escena internacional con su aportación a esa tendencia de fondo que aborda el diseño desde el dibujo, la imaginación figurativa y otros instrumentos propios del arte, la gráfica e incluso la moda. Hemos hablado con ella para que nos explique su proceso creativo, basado en la hibridación, la acumulación y la pluralidad como estrategia para afrontar el desafío de la contemporaneidad.
Hace tiempo que está claro: la cancha en que se juega la partida del diseño en el siglo XXI es un lugar donde se cruzan los caminos del arte, la industria y la artesanía. Un territorio híbrido y problemático que genera no pocas incomodidades porque desafía a la ortodoxia sobre la que se construyó la disciplina en el siglo pasado —al unísono con la modernidad— y expone todas las contradicciones que lleva en las tripas. Un terreno resbaladizo en el que es fácil equivocarse y donde acecha la banalidad, pero también una terra incognitaque invita a la aventura. Algunos diseñadores neerlandeses empezaron a explorar esa grieta con decisión desde el corazón del oficio en torno al 2000 —Marcel Wanders, Studio Job, Piet Hein Eek, Maarten Baas—, y algunos francotiradores meridionales —Jaime Hayon—lo hicieron desde sus periferias.
En los últimos años, tras su poderosa irrupción en escena con el premio a la mejor diseñadora emergente del Salone de 2017, la milanesa Elena Salmistraro (1983) viene ofreciendo su propia versión del asunto desde otra óptica generacional y, sobre todo, desde el mismo centro de la indisputada capital internacional del diseño. Esa versión podría cifrarse en el intento de insuflar en los objetos cotidianos el valor autoexpresivo y simbólico de las piezas de arte de antaño, lo que la convertiría en una artista que utiliza el diseño como soporte. Pero ella lo ve al revés.
“Admito que me es difícil describir lo que hago. Con todo, si es necesario, prefiero definirme más como diseñadora que como artista, aunque ambas definiciones puedan parecer similares en mi caso. El hecho es que mi práctica no es la de una artista que actúa a partir del diseño, más bien al contrario. Utilizo la moda, la gráfica y el arte como fuente de inspiración e instrumento. Sin embargo, el arte no es mi meta principal. El resultado de mi trabajo son productos concretos caracterizados por una función específica y a menudo realizados en serie. Esto no significa que carezca de elementos artísticos, pero mi proceso creativo se basa en la resolución de problemas y la búsqueda de soluciones funcionales más allá de que sean estéticamente agradables, por más que el punto de partida sea con frecuencia de naturaleza imaginaria y abstracta. Por eso me considero más una diseñadora que se vale del arte para crear objetos y cuyo propósito principal es introducir el matiz artístico en la producción en serie, con el fin de mejorarlos y hacer el arte accesible a un público amplio”.
El dibujo como origen de todo
La cuestión, entonces, no es tanto el sitio desde el que opera —y que parece tener muy claro— sino el modo en que lo hace, su propia forma de entender el desarrollo del proyecto. “Los límites entre arte y diseño no son siempre netos y definidos, a menudo se superponen y coinciden. Personalmente, creo que es en esa zona gris donde puede encontrarse el lugar perfecto para trabajar e innovar. Es innegable que indagar constantemente en el mismo ámbito lleva a resultados previsibles, mientras que la apertura a la contaminación y a la hibridación puede generar ideas frescas y originales.
“No creo que el trazo, la manualidad o la personalidad de un diseñador deban sucumbir frente al proyecto, a la búsqueda de una pureza ilusoria. Estoy convencida de que la autoría del signo debe ser evidente y comprensible”.
Elena Salmistraro
Mi objetivo es experimentar, encontrar nuevos modos de utilizar materiales y tecnologías, pensar el diseño de otra manera para sorprender y estimular la curiosidad de los usuarios. Solo a través de la apertura mental y la experimentación el diseño puede alcanzar nuevos niveles de innovación y creatividad”. La clave son los procedimientos: Salmistraro emplea el dibujo como generador de un universo personal; el dibujo como arma expresiva y no como instrumento técnico, que es lo habitual.
“Creo que este es probablemente el componente artístico más evidente de mi enfoque. Para explicarlo mejor quiero precisar que, para mí, la manera de abordar un trabajo no puede reducirse a una fórmula algebraica, como si hubiese un modo perfecto de proyectar. Al contrario, creo que las variables en juego son prácticamente infinitas, y eso lo hace todo mucho más complejo, pero también increíblemente libre. A partir de esta premisa, afronto cualquier tipo de propuesta como si fuese una historia que contar. En la práctica, esto me permite transformar un recorrido lineal y científico en una aproximación artística y emocional”.
Salmistraro no piensa que “el trazo, la manualidad o la personalidad de diseñador deban sucumbir frente al proyecto, a la búsqueda de una pureza ilusoria. Estoy convencida de que la autoría del signo debe ser evidente y comprensible. Así, el trazo se convierte en instrumento de comunicación entre diseñador y destinatario, y es precisamente esta dimensión autoral la que hace único y personal cada proyecto. El diseño se torna en una forma de arte que aspira a mejorar la vida de las personas buscando responder a sus exigencias, suscitando emociones positivas y considerando también el contexto en que los objetos van a ser utilizados”.
Geografía de los códigos
Como otros diseñadores que se mueven en registros afines, la cerámica fue el primer soporte idóneo para esos planteamientos, en conjuntos de jarrones figurativos como Primates y Most Illustrious, con los que se dio a conocer de la mano de Bosa, la misma empresa artesanal con la que trabajó también Hayon en sus inicios. Allí asentó esa manera de concebir como acumulación de capas de significado y procedencia diversas. “Para Primates, por ejemplo, hice el dibujo de los simios viendo un documental que daban en televisión, mientras que la idea de convertirlos en jarrones y atribuirles un determinado valor simbólico y cultural la tuve en Sicilia observando sus tradicionales teste di moro (grandes vasos polícromos en forma de cabezas barbadas de africanos con turbante, testimonio de la herencia musulmana de la isla). No hay una fórmula o dirección única, es la suma la que lo genera todo. No hago compartimentos, prefiero amalgamar, superponer, combinar. Creo que es el mejor modo de representar la contemporaneidad”.
“Envidio a quien consigue expresarse con pocos y mínimos gestos, porque me cuesta mucho trabajo sustraer. Esto me lleva a diseñar objetos hiperdecorativos e hiperdecorados. Cada fragmento tiene un significado y una colocación específica, nada se deja al azar”
Elena Salmistraro
La mezcla es cultural y también disciplinar. Elena maneja ambos aspectos desde la libertad y el desprejuicio. “No siento el deseo o la necesidad de defender o promocionar mi esencia o mi propia identidad porque me considero parte de la cultura global, y soy consciente de que mis productos tienen una identidad bien delineada y comprensible. Si queremos analizarlo desde el punto de vista inverso, es mi trabajo el que va a pescar, citar o inspirarse en otras culturas no estrictamente ligadas a la mía, siempre a partir del respeto, sin parodiar, copiar o apropiarse de algo que no le pertenezca. Lo hago reelaborando, releyendo, sin tergiversar o menospreciar su esencia y su verdadera naturaleza”.
Antes de graduarse en diseño industrial en el Politécnico de Milán, lo hizo en diseño de moda —“en un cierto periodo creía que la moda era mi verdadera vocación, pero el tiempo y la gestión directa de algunos proyectos me hicieron entender que aquella pasión no era un amor verdadero”—, lo que le dejó una impronta poco común en el diseño italiano: “De la moda he aprendido a saber leer y anticipar las demandas, los deseos y las necesidades de las personas, la importancia de los materiales y de las técnicas de trabajo; pero también he sufrido mucho los tiempos, la velocidad, la búsqueda constante asociada a las tendencias de mercado. Y sobre todo padecía la falta del aspecto manual de la construcción. No sabía y no sé coser, así que me sentía como un animal enjaulado”.
Mitologías outsiders
Elena suele referirse a las criaturas figurativas que pueblan su universo decorativo como monstruos, lo que choca con su condición amable y optimista, nada siniestra. “Cuando empecé a dibujar, daba rienda suelta a mi creatividad como todos los niños, y una de mis pasiones era representar las cosas que más me asustaban, pero que, a la par, me fascinaban, casi como si fuese una especie de terapia inconsciente.
Con el tiempo esta práctica me ha ayudado a superar algunos miedos, precisamente porque con la fuerza del dibujo conseguía representarlos como habría querido que fueran, es decir, mejores, cautivadores y atrayentes. En este proceso, que yo definiría como de maduración, he transformado aquello que para muchos puede leerse como horrible y espantoso en seres maravillosos, extraordinarios, insólitos. Dibujar hoy estas criaturas es un ejercicio muy relajante, un modo divertido de ejercitar la composición. Y a veces el resultado es lo suficientemente fascinante como para llevarlo a lo tridimensional e incluso a la escultura o al producto propiamente dicho”.
Un mundo imaginario que se nutre también de su propio bagaje generacional —los grafitis, el cómic, el pop art— y de la herencia de los grandes maestros, como en Most Illustrious, las figuritas de cerámica en las que rinde homenaje a grandes maestros del diseño italiano como Mendini, De Lucchi, Dalisi o Castiglioni, síntesis de sus piezas emblemáticas que ahondan en su idea de que el diseñador es aquello que hace. “Cada estatuilla ha sido acordada, aceptada y aprobada por el interesado”. Milán como catalizador de influencias y ágora cosmopolita es otra de sus referencias constantes. Salmistraro se siente cómoda con el vínculo que se establece a menudo entre su trabajo y el legado de Memphis o Alchimia, aunque ella se considera sobre todo una outsider que elude establecer el lugar que le corresponde en la escena: “Son los críticos y periodistas quienes deben ocuparse de ello”.
Su peculiar manera de entender el diseño ha demostrado su eficacia más allá de la imaginación figurativa. Su estrategia de acumulación se basa en las ideas de horror vacui e hiperdecoración: “Envidio a quien consigue expresarse con pocos y mínimos gestos porque me cuesta mucho trabajo sustraer, me parece que le quito algo al espectador, como si le privase de información imprescindible. Esto me lleva a diseñar objetos hiperdecorativos e hiperdecorados, con varios estratos, densos, intensos. Cada fragmento tiene un significado y una colocación específica, nada se deja al azar”.
Una estrategia que se extiende también a motivos abstractos, como en la colección de placas decorativas Chimera, para Cedit. O en la que integra con naturalidad creaciones ajenas, como en sus instalaciones para Vitra o Ikea, de las que se siente especialmente orgullosa y en las que el apoyo de su marido, el arquitecto Angelo Stoli, es fundamental. La de Elena Salmistraro es una contribución sustantiva —aún en proceso de formación— al intento de ampliar las fronteras de diseño contemporáneo, de transformarlo en una herramienta de comunicación empática que no busca tanto convertirlo en arte como ocupar, de otra manera, terrenos que el arte contemporáneo, en su deriva inmaterial, ha ido dejando vacantes.
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