Tundra es un colectivo de artistas cuya meta es “explorar la relación entre lo audiovisual y las emociones humanas”. Su núcleo, compuesto por Klim Sukhanov, Alexander Sinitsa y Semyon Perevoshchikov, incluye además a un equipo multidisciplinario de músicos, ingenieros y programadores. Y si bien su base es San Petersburgo, el grupo se aleja del pensamiento local para crear obras que ya son parte de los circuitos de media art americanos, europeos y asiáticos.
De los molinos led al desasosiego digital del media art
Tundra Collective se ha hecho un nombre con apenas un puñado de piezas de ambiciosa ejecución y complejidad. Una de ellas es Nomad Live, una performance basada en una secuencia azarosa de música, patrones geométricos e imágenes, que homenajea a los nómadas digitales —esa tribu que en el siglo pasado recorría gozosamente el planeta—. Otra es My Whale, una instalación interactiva de casi 600 hexágonos mapeados individualmente, cuyo sonido vibrante genera la impresión de estar nadando junto a un cetáceo. Explica Sukhanov: “Para nosotros siempre se trata de la experiencia física derivada de nuestras experimentaciones con nuevas tecnologías”.
Sin embargo, hasta la fecha su producción más emblemática —y paradójicamente la menos descifrable— es Row (hilera o fila, en inglés). Pues es en hileras como se organizan los datos, provengan de las matemáticas o de la escala musical. Gracias a una fila de molinos led de alta velocidad alimentados con referencias programadas, esta escultura dinámica va dibujando figuras abstractas de luz que, al superponerse, originan un efecto de profundidad y volumen llamado Parallax Effect.
Estos hologramas relucen en sincronía precisa con un collage sonoro de audio bites: melodías, diálogos, emisiones de radio, señales de todo tipo, etc. El resultado noquea, pues pareciera que los objetos tridimensionales cobraran forma al interpretar ordenadamente la anarquía sonora. “El tema es cómo utilizar estas herramientas en un espacio concreto, viendo qué sensaciones provocan en las personas”, aclara Sukhanov. Es esta información la que estructura la obra media art, el mismo torrente que a diario nos inunda y atraviesa, proveniente de una miríada de dispositivos.
De hecho, no sorprende que cuando se documentan con vídeo o fotografía creaciones multimedia como las de Tundra, casi se pueden advertir a uno o más individuos observando azorados e inmóviles. Es difícil no cuestionarse qué es exactamente lo que los paraliza. ¿Es por una certeza desvelada o por el desasosiego de la duda? Esta suerte de protoplasma visual deja boquiabierto a quien concurra a museos o festivales. Por supuesto, hay algo de éxtasis. Aunque quizá en vez de un único azoramiento se debiera hablar de dos: el primero, ante la tecnicidad de la pieza; el segundo, ante su sentido.
Estallidos de belleza. El arte de lo inútil de Tundra Collective
Siempre se ha discutido acerca del rol que debe desempeñar el artista: el de interrogar, el de responder o el de aprovechar la demanda publicitaria de sus novedosos desarrollos audiovisuales. Sukhanov, uno de los fundadores de Tundra, matiza: “Para unos somos parte de una industria en crecimiento, para otros brindamos una especie de terapia, una posibilidad de conectar con el prójimo”. Oscar Wilde afirmaba categórico que el arte debe ser inútil. Y en ese aspecto estricto, Tundra hace arte.
En el porfolio de este colectivo media art hay un cierto distanciamiento de cualquier toma de postura. Y es en este espacio donde surge el arte que no pregunta ni responde, sino el que simplemente se manifiesta. Será que solo la vieja guardia sufre la ausencia de respuesta, por ese hábito de tener que buscárselo a todo. Quizá las generaciones nuevas —a la que ciertamente pertenece Tundra Collective— hayan descubierto que los estallidos de belleza son un fin en sí mismo. Y que el único sentido del mundo es aceptar que este pueda no tenerlo.
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