Collectif Scale nació hace una década para la realización puntual del proyecto Versus 2.0. Ese era el objetivo de los músicos Carl Craig (EEUU), Francesco Tristano (España) y Moritz von Oswald (Alemania). En la actualidad, este grupo con base en París ya cuenta con diez hombres y mujeres ansiosos de transitar nuevas sendas creativas.
No artistas del arte digital
“No somos artistas con A mayúscula, no nos definimos así”, aclaran. Aun así, la crítica insiste en etiquetarlos como un equipo multifacético dedicado a la producción de instalaciones artísticas y con un aprecio común por los videojuegos, las atracciones mecánicas y el videoartista Bill Viola. “Nuestras trayectorias educativas y profesionales son más técnicas. Lo que prepondera entre nosotros es la cultura del cable y el soldador”.
En realidad, Scale es el seudónimo detrás del cual se esconden expertos llegados de áreas diferentes y a la vez complementarias. “Unidos bajo un solo nombre podemos lanzarnos a la búsqueda de un idioma artístico íntimo”, explican. Ese es el lenguaje que han venido aplicando a propuestas museográficas y montajes cinéticos como Coda (2019), Kairos (2020) o Flux (2021), todos ellos con la luz y el movimiento como protagonistas.
Música y luz de Collectif Scale
Pero la versatilidad de Scale se enfoca ante todo en lo escénico, en obras teatrales como Ma Mère l’Oye (2019) o Le Paradis de Helki (2015). Y más específicamente en la colaboración con músicos de la talla de Bachar Mar-Khalifé o la excepcional Christine and the Queens. Ya que, cuando se crea para compositores de vanguardia, lo tradicional no basta. La música electrónica, en sus múltiples y variadas expresiones, exige un entorno visual a la altura de su contemporaneidad sonora y que dialogue con la composición en una misma jerga estética, tan progresiva y dinámica como la idea. Es precisamente aquí donde los parisinos brillan.
En el pasado, MTV nos forzó a la sinestesia, a la obligatoriedad de mirar la música. Hoy, este colectivo nos invita a contemplar sus danzas geométricas y sus narrativas lumínicas, tan hipnóticas e inmersivas como los loops y las secuencias con las que se combinan. Esta dimensión añadida y potenciada de la música —empoderada, podría decirse— es la pièce de résistance de Collectif Scale.
Y no solo influencian la música electrónica pura, sino también la miríada de fusiones que esta genera orgánicamente en un ecosistema tecno que desde hace medio siglo supuestamente se desarrolla en aislamiento. Un ejemplo es la obra de Rami Khalifé, interpretada en Disklavier, el piano automatizado de Yamaha, que permite ejecutar melodías imposibles de tocar por instrumentistas de carne y hueso. O la escenografía para la presentación en vivo de Endless Revisions, el tercer álbum de la DJ y artista Chloé.
Otro ejemplo es el vibrafonista luxemburgués Pascal Schumacher, cuya sutileza melódica por sí sola vedaría la posible exaltación sensible del espectador. “El punto de partida es literalmente la idea de una coreografía grupal, de un show en directo”, subrayan. “Y así llegamos a lo más profundo, pero siempre a nuestro modo”.
Luz y pureza
Hace tiempo que, sin saberlo, el público ha dejado de consumir “sonido puro”. Es el mismo público que consideraría antinatural e incluso chirriante una voz humana no modificada por autotune. En este mundo mediado por la tecnología —ya nada puede llamarse “puro”—, el sonido está inspirado por el imaginario que proporciona Scale. “Ya se trate de motion design, mapeo, diseño led, interactividad, robótica o programación, nuestra maestría tecnológica está al servicio de la propuesta artística”.
Los parisinos saben que las nuevas armonías cohabitan indefectiblemente con la imagen, y a pesar de ello existe una nueva tendencia que elige el sonido sin aditivos. Sin embargo, y por su propia naturaleza, ese integrismo sonoro que se avecina solo puede disfrutarse en soledad. El placer grupal es un rito, siempre requerirá del elemento visual para completar la experiencia totalizadora. Y sin el aporte de Collectif Scale, el goce “musical puro” no será terreno ganado, sino, más bien, un paraíso perdido.|