MoDus Architects tiene unos cuantos proyectos realizados en Bresanona, al noreste de Italia, en la frontera esquiable con Austria. No en vano es allí donde este dúo de Trieste y El Cairo montaron sus oficinas. Uno de estos proyectos es una planta de calefacción subsidiaria para el municipio: en la línea tipológica del Bunhill 2 Energy Center del que hablamos hace poco -sin la novedad del calor residual del metro usado por este-, pero con una definición formal más en consonancia con su función. Sus líneas nos remiten más a los flujos energéticos que el estaticismo de su hermano londinense. Perdón por este inciso, pero ando confinado viendo un documental sobre Dieter Rams.
La construcción de MoDus Architects que nos atañe en este artículo, sin embargo, es otra. Un edifico para poner en valor las virtudes de Bresanona -Bressanone en italiano, Brixen en alemán-, tercera ciudad de Bolsano -el Alto Adigio o Tirol del Sur, según desde donde mires- y animado centro de esquí. Hablamos de la nueva oficina de turismo de Bresanona. Situada frente al palacio del obispo, es punto de entrada estratégico y ha contado desde el siglo XIX con una serie de pabellones de acceso que han dado la bienvenida, a su manera, al municipio. En 1970 el local y adorado Othmar Barth acabó con un elegante pabellón racionalista de 1930 para colocar en su lugar algo que recuerda mucho a un dinner yanqui. Viájese en el tiempo con el Street View para su comprobación si no me creen.
Siguiendo esta tradición de demolición, desde el año pasado recibe al visitante de Bresanona el TreeHugger, llamado así por acoger con un mordisco en su planta a un gran árbol que se encontraba en la zona. Curiosa la elección del nombre teniendo en cuenta que otros dos árboles de porte similar corrieron la misma suerte que el pabellón anterior.
Con una estética sesentera a medio camino entre Los Supersónicos y Los Picapiedra de Hanna-Barbera, hay quien define este edificio como ligero pese al brutalismo. Quien dice que la plaza se libera para el viandante dándole más espacio. No seré yo quien defienda al anterior pabellón de Barth, pero aquel era más ligero visualmente y ocupaba menos espacio.
Tengo la impresión de que esta mole de hormigón sobre patas ha recibido un encargo programático tan grande que no le ha permitido ser ni heredera de sus eclécticos antecesores ni tampoco digna del nombre de pabellón de bienvenida. Por otro lado, las supuestas nuevas relaciones visuales que genera se quedan sobre el papel cuando a pie de calle se comprueba que el hormigón tapa cualquier vista posible -me remito de nuevo al Street View-. Yo, por mi parte, me quedo esperando otros cincuenta años para ver a su sucesor resolver la entrada a la urbe.
Ahora, eso sí, no puedo negarlo, el interior es elegante y bien resuelto. Desde dentro, inconscientes del exterior, los turistas estarán en un entorno muy agradable, acogedor incluso, marcando con bolígrafo sobre el plano los lugares a los que ir.