En más de una ocasión se ha publicado en la sección cinéfila de periódicos y revistas alguna lista con un título similar a 30 películas futuristas que predijeron el futuro -y acertaron-. En ellas, una enumeración de filmes cuya producción oscila entre los años setenta y los dosmil se suceden dejando entrever los aciertos más impresionantes que la creatividad adivinó en su momento. Steven Lisberger en 1982 esboza la realidad virtual en Tron, Ridley Scott augura la videollamada en Blade Runner, y Terence Young preveee el smartwatch en James Bond. Lo que está claro es que ninguno de ellos pronosticó el espectáculo de luz y sonido del dúo inglés de música electrónica, formado por Tom Rowlands y Ed Simons o Chemical Brothers en su gira del 2018/19.
Mayo de este año arrancará con una agenda repleta de conciertos, repartidos en ciudades como Los Ángeles, San Francisco, Londres o Madrid, a los que uno podrá acceder por un precio de entre los 70 y 100€. Arte electrónico cuyo espacio expositivo es un escenario y requiere de un público activo –o público a secas, ya que la puesta en escena servirá como factor de estimulación-.
La definición que se le podría dar, más que la de concierto, es de una cápsula futurista -valga la redundancia- que, con ruedas, cumple con unas fechas de gira moviéndose a lo largo y ancho del mundo. Es un secreto bien guardado, una dosis concentrada de energía que, al igual que las ampollas de aceite nutritivo, alcanza su mayor efecto con solo una aplicación. Rayos de neón verde caen en posición cenital, sucedidos de caras que hablan, que cantan, que parecen máscaras de teatro griego. Similar a lo que hicieran hace unos años Gorillaz, el protagonismo sobre el escenario estará encarnado en personajes lumínicos que se encargarán de acompañar al repertorio y de potenciar el ritmo, de manera que, además de activar el baile con los oídos, también lo harán con los ojos. Definitivamente, es George Lucas quien más se acercó con La guerra de las galaxias –1977- a los Chemical: éste adivinó los hologramas.