La fotografía onírica y violenta de Pablo Sola

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La fotografía onírica y violenta de Pablo Sola

A través de una fotografía onírica y violenta, el joven fotógrafo Pablo Sola nos propone un viaje a las profundidades del cuerpo, el desgarro y la psique. Una dialéctica visual intensa y desgarrada que mira especialmente a Diane Arbu, Nan Goldin y Cindy Sherman. Mujeres con las que comparte los puntos de fuga más oscuros de la condición humana.

La fotografía onírica y violenta de Pablo Sola

Pablo Sola ha hecho de la fotografía una puerta desde la que entrar a su intimidad. La de un individuo que evoluciona hacia el descubrimiento de sí mismo para trascender lo biográfico y hablar de emociones, contradicciones y situaciones de felicidad y tristeza. Esas atmósferas que de un modo u otro nos son comunes. En el soporte fotográfico, nos dice desde su estudio madrileño, “encontré las posibilidades suficientes para experimentar y transformar a las personas y los espacios que me rodean y a partir de ahí realizar un cuento sobre mis propias sensaciones.”

La fotografía onírica y violenta de Pablo Sola

Carne emocional

Cuando Sola habla del motor de su trabajo, aflora el creador adherido a sus experiencias. El que remueve sus vísceras en busca de esa inspiración que se basa en las vivencias personales y en los individuos que rodean su cotidianidad. “Mis fotografías son irrealidades que remiten a algo o alguien que tiene que ver con la vida real. Es como deshacer la maraña de serpientes que hay dentro de mí. Pero no hablando del sufrimiento, sino dejando entrar ese rayo de luz liberador que hace que mis fantasías tomen más importancia que el sufrimiento que se pueda ver en ellas. Aunque resulte contradictorio, mi estado de paz implica canalizar cualquier tipo de actitud agresiva o violenta que pueda experimentar en el plano personal”.

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En constante movimiento, Sola no deja de devorar información visual, a partir de la cual construye cada propuesta. Un proceso que puede durar meses de preparación y que, aunque muy meditado, siempre está expuesto al azar, a cierta improvisación. Y en el centro de todo su universo, los cuerpos que Pablo utiliza como recipientes. Con ellos muestra “los entresijos de nuestros juegos mentales como un mapa que vamos trazando sobre nosotros mismos”. Cuerpos desnudos con los que quiere “volver a ese punto del nacimiento, cuando llegamos a este mundo sin nada, sin trabas; ese mundo donde los elementos externos inciden en nuestro cuerpo de forma incisiva dejando las marcas de recuerdos positivos o siniestros en nuestra piel”.

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Autorretratos, máscaras y crucifijos

Además de la constante presencia del cuerpo como base para sus inquietudes, el autorretrato es otro elemento con el que elabora su poética artística. Sin un tratamiento narcisista, Sola insiste en que nada mejor que situarse delante de la cámara para expulsar el “vómito que necesito exteriorizar”. Sobre sus autorretratos es categórico: “son el catalizador de mis impulsos, deseos y conflictos”. Y con ellos, la máscara: ese elemento tan recurrente en el arte desde el cual esconder, transformar o exponer todo tipo de premisas. Un componente casi escénico que transfigura, deforma, oculta o, tal vez, ofrece el rostro real.

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Para nuestro fotógrafo, “la máscara es la forma en la que nos damos al mundo, nos mostramos o nos escondemos, cómo nos ven los demás o cómo queremos que nos vean. Al final es el espejo de distorsión que dicta nuestra cultura para ser ciudadanos ejemplares y estar dentro de los cánones de lo correcto”. En uno de sus proyectos, Civis, quiso dejar salir su verdadero yo. Algo que propuso “estallando dentro de la imagen idealizada que intentamos tener a los ojos de una sociedad capitalista y de apariencias que nos mantiene en una competición constante y en la que al final no hay nombres propios, ni alma. Solo una masa”.

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Y en este juego de identidades deformadas entra en acción una imaginería católica, aunque más como un elemento secundario, como un sutil telón de fondo. Se trata, nos dice, “de ese cordón umbilical cultural que hemos respirado y que aún nos hace juzgar a los demás y a nosotros mismos por actos que nos convierten en pecadores”. En relación a este aspecto, insiste en que las pinceladas religiosas son fruto de una interpretación “jocosa y personal de toda esa iconografía” con la que quiere eliminar su divinidad en pos de una mayor cercanía a lo terrenal, a lo mundano.

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Mujer y sexualidad. Cierre de la cuadratura

Con lo femenino como referencia, vamos completando el círculo que da forma al corpus estético de Pablo Sola. Pieza fundamental en su discurso, la mujer tiene ese valor universal que conlleva ser el elemento desde donde todo comienza. “Por ellas atraviesan la vida y la creación”. Es tanta la importancia en su producción, que uno de sus trabajos está dedicado a este género. Hablamos de Women Worst, un homenaje a las que él considera heroínas. Eso sí, sin olvidar la ambigüedad con la que Pablo trata los géneros y la sexualidad. Por eso mismo insiste en que “muchas de las figuras femeninas son representadas por modelos masculinos y viceversa”.

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Casualidad o no, tres creadoras constituyen para él sus “puntos cardinales”, sus referentes creativos. Hablamos de Nan Goldin, Cindy Sherman y Diane Arbu cuyas obras hablan de la crudeza, los sentimientos descarnados y el dolor, y “que evocan propuestas sutiles dentro de lo explícito”. De todas ellas, Sola reconoce una mayor cercanía a la obra de Sherman, “supongo que por la teatralidad e irrealidad de su imaginario”.

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Pero la sexualidad en la obra de Sola va más allá del cuerpo e incluso de sí mismo. “No creo que exista nada más natural y primitivo que el deseo, carnal o mental”. Sin prejuicios morales y sin ataduras de género, este autor habla de una necesidad “de libertad y expansión de esos momentos en los que la relación mente/cuerpo se dan un baño de opio y salen de la dimensión de lo cotidiano”.

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El sitio de mi recreo. Un firmamento 2.0

La suma de todos estos elementos da cuenta de cómo es el lugar secreto al que nos invita Sola. Para Pablo, se trata de “un espacio eterno a deteriorar, un cementerio donde enterrar esas emociones”. Y para definirlo, el artista recurre a la unidad técnica, a una iluminación con constantes contrapicados, a focos directos y una tonalidad fría, casi monocromática, que otorga a sus piezas una fuerte carga simbólica. Un lugar íntimo que este agosto pasado ha tomado forma en la feria mallorquina de arte emergente Artnit Campos. Bajo el nombre de Empire of dirt, pudo verse una selección de sus proyectos más identitarios.

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En definitiva, hablamos de una compleja esfera estética: un conglomerado que se alimenta de todos los elementos indicados y que además se propaga a partes iguales por las redes, ese ciberespacio que ha permitido a muchos artistas hacer valer su obra al tiempo que les ha ayudado a retroalimentarse. Pablo Sola participa muy activamente de esos nuevos entornos comunicativos y expositivos. “La cultura ahora es muy de usar y tirar, efímera y olvidadiza”, haciendo referencia a la desmesurada oferta a la que estamos sometidos. Lo que provoca, según él, “una dependencia y una adicción bastante acentuada a consumir, crear y no querer quedar atrás”. Y esto conecta con el universo de Joan Fontcuberta. El artista y teórico catalán en su libro La furia de las imágenes afirma que “padecemos una inflación de imágenes sin precedentes”. Y no por el hecho de vivir en una sociedad hipertecnificada, sino como “síntoma de una patología cultural y política, en cuyo seno irrumpe el fenómeno postfotográfico”. Es decir, el tsunami diario, constante y apabullante de información y de imágenes.

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En esta línea, y décadas antes, Susan Sontag, esa gran visionaria, comentaba que “coleccionar fotografías era coleccionar el mundo”. Aunque es posiblemente el análisis que realizó María Popova de los textos de Sontag, lo que más no pueda interesar. Popova los conectó con la era digital y las redes sociales. Esta autora sostiene que mediante las redes presentamos nuestra vida ante los demás y ante nosotros mismos en un acto de pura idealización mediante un medio con el que controlamos, enmarcamos y empaquetamos nuestras experiencias reales o inventadas.

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Sea como fuere, y regresando a Sola, en el imaginario que representa su obra podemos bucear entre cuerpos obtusos, fríos, de llagas dolientes; entre mujeres ásperas y fuertes, o entre sujetos sexuados que nos trasladan a las profundidades más oscuras de la personalidad de su autor. Con algo más de treinta años, su partida apenas ha comenzado y ya cuenta con un argot artístico que lo va definiendo como un creador de innumerables ramificaciones. Sigamos sus pasos y veamos adónde nos lleva su discurso violento y desbordado. Estemos atentos al devenir de una visión artística genuinamente contundente.

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