En 1917, Marcel Duchamp puso un urinario en la sala de un museo y todo cambió. Se trata del paradigma del objet-trouvé o ready-made, una técnica surrealista que empleaba objetos manufacturados que normalmente no se consideran artísticos, y cuyo origen no se ocultaba. Como decía André Breton, “estos objetos son elevados a la dignidad de obra de arte a través de la elección del artista”. Michal Krištof y Ondřej Chybík han elegido el asiento de una silla para remozar la imagen del showroom de la empresa que las produce. Pero su elección no atiende solo a criterios creativos. Dentro de la corriente actual en la que el cliente solicita realizar un proyecto económico (gratis, a ser posible), el joven estudio de arquitectura checo decidió emplear más de novecientos asientos producidos por la propia empresa que los había contratado. Por unos tres euros la pieza, encontraron una solución de fachada modular y reemplazable, y ejecutaron una de las máximas que Robert Venturi expuso en su archifamoso Aprendiendo de Las Vegas: que el signo es más importante que la arquitectura. ¿Qué mejor cartel para indicar lo que pasa dentro de esta anónima nave industrial venida a menos?
La reforma del interior era necesaria para poner al día el uso funcional del espacio. Favoreciendo una utilización flexible, decidieron emplazar las oficinas en el perímetro para que, así, disfrutaran de luz natural y ventilación. En el centro, plantearon el showroom como un gran contenedor con tres burbujas temáticas envueltas en unas ligeras cortinas que se pueden configurar a su mejor conveniencia. Los vastos techos de hormigón quedan expuestos, y en este caso son los elementos técnicos los que se utilizan a modo de interiorismo. Raíles de cortinas, cables y lámparas se expresan como una vegetación tecnológica que viene a poblar el techo. Bendita decoración cuando se ejecuta con la precisión de un cirujano plástico.
