Nadie recuerda un suceso de la misma forma. Ni siquiera los testigos de un crimen. Desde nuestra perspectiva, incorporamos las emociones y la experiencia con que nos hemos formado. Esto resulta evidente al hablar con Régis Golay. Durante nuestro encuentro al borde del Lago Lemán, sus ojos brillan de manera intensa. Ven algo que los demás mortales no vemos. Hasta que él lo fotografía y nos lo enseña.
En la tarjeta de visita del alma máter de Federal Studio no aparece la palabra fotógrafo. No se considera artista, ya que no realiza ningún trabajo personal. Sus imágenes y conceptos son siempre encargos para crear la dirección artística de todo tipo de organizaciones, desde estudios de arquitectura a teatros o incluso grandes empresas como Rolex. Su ecuación es sencilla: combinar un mensaje fuerte e inesperado con una estética potente, adaptada al cliente. Golay busca condicionantes que le generen el marco de trabajo y elabora una respuesta técnicamente impecable, que deglutimos disfrutando con inmenso placer. Quiere crear un cierto extrañamiento y hacernos sonreír, pero, sobre todo, quiere regalar belleza. Como en un GIF. Directo. Consumible. Instantáneo. Creatividad en estado puro.
A pesar de las posibilidades de la cultura digital, Regis nunca trabaja con infografías 3D, sino con imágenes reales. Prefiere mirar las cosas buscando el pequeño giro que hará brillar la idea. Y con esta estrategia consigue hacernos soñar, no como evasión sino como sublimación de la realidad. Así, crea puestas en escena casi costumbristas con una sorprendente carga de artificialidad en la iluminación y en los encuadres. Este estilo, comenta Golay, podía estar en boga hace diez años, pero ahora no se lleva. La tendencia actual, lanzada por Monocle y encumbrada por Instagram, es la idea de “el instante”. Sin iluminación añadida, difuminando el fondo… Pero él sabe que no hay que seguir la autopista, sino ser fiel a sí mismo y a su visión del mundo. Intentar ser el número uno es vano. Es mejor ser un número único.
Su trabajo se posiciona como un producto de lujo que busca la belleza última en todas las cosas. Hasta en sus facturas, que envía en papel de seda, y no como un triste Excel. Pero no le interesan las reglas clásicas del lujo, sino una óptica naif e irreverente. Así, con conceptos oníricos y rebosantes de humor, Golay ha ido rompiendo una a una las reglas establecidas de la imagen corporativa. Con sorprendentes trajes a medida, e imágenes que se pegan a la piel del cliente.