Edificios imaginarios, orgánicos, vivientes. Formas que se alzan frente a la convencionalidad de las metrópolis actuales. Esa es la esencia creativa de Víctor Enrich, un Piranessi del siglo XXI, al que podríamos comparar no solo con el genio veneciano, sino con el mismo Escher, un artista capaz de imaginar lo improbable, y de hacernos creer que lo irrealizable puede ser posible.
Obsesionado desde su infancia con la arquitectura, el fotógrafo y arquitecto Víctor Enrich siempre ha estado imaginando y construyendo sus propias urbes. Diseños que retan a las leyes de la gravedad y en los que crea y recrea su particular óptica de la ciudad en sus interminables viajes por el planeta. Hablamos de obras basadas en entornos reales, en los que Enrich circunscribe su visión del mundo. “Habré recorrido ya kilómetros y kilómetros así. A lo largo de esos paseos, observo la ciudad en la que me encuentro: sus rincones, sus lugares a priori olvidados por la gente”.
Lejos de planteamientos funcionales, sus proyectos, además de imposibles, no son ni prácticos ni habitables. Se trata de un juego constante con la forma, la perspectiva, la luz y lo increíble. Técnicamente, hablamos de propuestas que conllevan un esmerado proceso de edición digital una vez tomadas las fotografías. Los límites informáticos actuales parecen solo estar condicionados por la propia imaginación de su autor y el tiempo. Para cada obra invierte aproximadamente un mes de trabajo.
Poco conocido en España, sus creaciones siguen siendo muy bien acogidas en Israel, país en el que ha vivido varios años y donde expone con frecuencia. De allí son muchos de los edificios que protagonizan sus imágenes. Construcciones fantásticas, llamativas y sobre todo irónicas que no dejan de causar curiosidad y sorpresa, y que nos provocan el deseo íntimo de querer encontrarlas en los espacios comunes y asépticos de nuestras ciudades. Sin duda, las harían más emocionantes.