Hay creadores contemporáneos que nos siguen impactando con un tono menos tecnológico, pero con una altísima intensidad expresiva. Justo ahí es donde se sitúa el inglés Ben Jones.
El primitivismo tecnológico de Ben Jones
Incluso con las más avanzadas herramientas museísticas de reproducción electrónica, todavía es difícil igualar la perspectiva emocional e intelectual que provoca asomarse físicamente a ciertas obras. Nada como esa sensación intensa de sumergirse en las escenas a través de la observación directa de los rasgos y los pigmentos superpuestos.
Uno de los aspectos que más me sigue interesando de las piezas originadas fuera de las pantallas es, precisamente, su materialidad; la literatura que emana de la textura visual. En los ámbitos de la ilustración y el collage —siempre cercanos— esto es una seña identitaria, hasta el punto de que la propia búsqueda de fragmentos de imágenes, tramas e imperfecciones es una parte importante del proceso creativo. Hoy la tendencia es la alta definición digital, acentuada por la veloz implantación del uso de softwares de inteligencia artificial.
Aun así, hay creadores contemporáneos que nos siguen impactando con un tono menos tecnológico, pero con una altísima intensidad expresiva, entre los que situamos al inglés Ben Jones. Un ilustrador que sobresale en el terreno de los medios de comunicación por sus colaboraciones asiduas en publicaciones internacionales que no necesitan presentación: The New York Times, The New Yorker, BBC History Magazine, The Guardian o The Lancet, por citar algunas.
Reflexionar desde el diseño gráfico
Sus composiciones no se limitan a complementar artículos y noticias, van un paso más allá proponiendo vías de reflexión que amplían el encuadre de los temas tratados, estimulando así a una lectura implicada, a menudo en torno a hechos espinosos de carácter social, económico y político. Por ello no es raro que sus propuestas puedan resultar intrigantes o incluso incómodas, protagonizadas por una especie de marionetas y figuras antropomórficas de diferente índole, que actúan como metáfora de la diversidad del comportamiento humano. El componente iconográfico también es relevante en su porfolio: banderas, pictogramas y otros detalles simbólicos aparecen con frecuencia para contextualizar y significar.
Los trabajos de Ben Jones son formalmente el producto de una suma heterogénea de grabados propios y de otros elementos y retales gráficos que generan impresión de impureza, tal vez porque no se ocultan los estratos del conjunto, sino que se muestran como un factor plástico en sí mismo. En este sentido, es muy característico el efecto de estampación desgastada; un tipo de textura que endurece las ideas que se expresan. Su labor en los medios mencionados es prolífica, pero no podemos dejar de lado su actividad en el mundo editorial. Ha llevado a cabo proyectos muy destacados en este territorio, pero de especial relevancia son las ediciones ilustradas de A Clockwork Orange, de Anthony Burgess, y The Secret Agent, de Joseph Conrad, para el exquisito sello londinense The Folio Society.
Definitivamente, estamos ante un autor contundente con una personalidad artística extremadamente marcada. Sus ilustraciones nos permiten tocar con los ojos las huellas de sus procesos de realización, lo cual expande la narrativa de estas, posibilitándonos una observación más prolongada. Los estratos visuales de Ben Jones recorren un trayecto expresivo que se aleja claramente de los postulados digitales actuales —los de la inmediatez—. Y, sin embargo, resultan sorprendentemente vigentes y, por qué no, necesarios: un salvoconducto más allá del píxel.
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